por John Hoefle
Cada semana que pasa, prácticamente, aparecen nuevos informes sobre desastres financieros, en donde instrumentos financieros que antes ni se conocían, de pronto se vuelven noticias de primera plana; más pérdidas multimillonarias en dólares de las principales instituciones financieras, incluyendo las que se decía estaban protegidas ante dichas eventualidades y aparecen nuevos llamados pidiendo acciones de emergencia para detener una crisis que nos aseguraron estaba bajo control y que se expande. Nos hemos movido a una ligereza impresionante, de lo que se había calificado como crisis individuales —las hipotecas de alto riesgo, valores respaldados por las hipotecas de alto riesgo, los títulos llamados "CDO" y "SIV", aseguradoras de bonos monolineales y demás, hasta lo último, valores a tasa de remate— como si el sistema financiero fuese una serie de dominós puestos en fila, en donde cada problema desata el siguiente. Los reguladores han tratado el problema de la misma manera, tratando de evitar la caída de los dominós individuales como una forma de parar una reacción en cadena. Obviamente, esto no ha funcionado y no puede funcionar porque no aborda el problema real, o sea, que el sistema financiero global mismo ha colapsado. Uno podría decir que incluso, mientras se tambalean en una reacción en cadena, los dominós mismos se están desintegrando, pero incluso esto subestima el caso.
Este artículo no va a cubrir los pormenores del desastre financiero que está ocurriendo, porque, francamente, los detalles no son importantes. La E.I.R. no es una especie de "CSI Financiero" y el proceso por el cual se descompone el cadáver del sistema financiero muerto, está lejos de ser más importante que la lucha por definir qué tipo de sistema lo va a reemplazar.
Entre la élite financiera existen pocos, si es que los hay, que entienden que su preciado sistema financiero, que les aportó enormes cantidades de dinero y los elevó a un gran poder, estaba basado en un simple fraude, es decir, tratar a una pila de basura de deuda impagable como si fuera una gran montaña de riqueza. Incluso ahora, mientras se desvanecen sus ilusiones como si fuera bruma, dejando la basura al descubierto, siguen negándolo. Es cíclico, sostienen; los cimientos están sanos y todo lo que tenemos que hacer es aguantar hasta que las cosas vuelvan a la normalidad. Uno casi se puede imaginar a los dinosaurios diciendo lo mismo, mientras se extinguían.
Lejos de estar bajo control, los financieros están reaccionando ante acontecimientos que están más allá de su comprensión. Están actuando por impulso y su impulso es tratar de salvarse sólo ellos sin importarles lo que cueste al pueblo de Estados Unidos y del mundo. Uno puede ver esto en la proliferación de planes de rescate que se proponen en Wall Street y en Washington, todos basados en las premisas de que ésta es una crisis temporal, que los cimientos están sanos, que sus ilusiones son reales y que la realidad de un colapso es la ilusión. Ésa es una definición útil de lo que es la locura.
Carteles y fascismo
Lo que no se dice en todos estos planes de rescate es que tienen el objetivo común de salvar a los especuladores pasándole las pérdidas a la población. En última instancia, es la población la que debe pagar los platos rotos, sea en la forma de aumento en la deuda del gobierno, e impuestos, recortes en los servicios, o los planes de Rohatyn y Bloomberg para saquear a la población mediante la privatización de la infraestructura.
Como hemos indicado en diversas instancias, lo que se está proponiendo es una forma de corporativismo a la Mussolini, en donde el gobierno se convierte en agente de los carteles corporativos dirigidos por los financieros. Dado que el corporativismo tiene mala reputación, esta variante de fascismo ha recibido un nuevo nombre, "globalización", una forma nueva y mejorada de controlar el mundo. Sin embargo, este nuevo paquete contiene la antigua maldad del imperialismo.
Lyndon LaRouche ha observado que la suceptibilidad de la generación de los sesentaiocheros a la manipulación imperial reside en los cambios culturales y políticos que irrumpieron en 1968. Además de los ataques cultural y político a la población de esa época, los controladores imperiales lanzaron también un asalto en contra de las estructuras de la economía de Estados Unidos. El nombre del proyecto fue la "compañía mundial" y fue introducida por el prestante banquero de Lehman Brothers y alto personaje de la élite, George Wildman Ball en la reunión Bilderberger en Mont Tremblant, Canadá, en abril de 1968.
El objetivo de este proyecto de compañía mundial, como lo explicó Ball, era eliminar "la arcaica estructura política del Estado nacional" a favor de una estructura corporativa más "moderna". "La compañía mundial tiene un gran potencial para el bien por ser un instrumento para utilizar eficientemente los recursos", dijo Ball, revelando la naturaleza malthusiana del proyecto. Ball dejó explítico que lo que él estaba describiendo era un regreso a la forma imperial, al citar "la sobreposición de las soberanías de los gobiernos de Europa y la Casa de Rothschild" poniendo por lo tanto a los financieros al mismo nivel que los gobiernos. Ball también pidió una mayor integración política de Europa, como una precondición para expandir el poder del aparato de la compañía mundial en Europa, proceso que él ayudó a crear trabajando con Jean Monnet y Robert Marjolin para fijar el marco de lo que se convirtió en la Unión Europea.
Después de su discurso en Bilderberger, Ball y sus camaradas imperialistas dieron una serie de presentaciones diseñadas para promover el proyecto. Un seminario que se llevó a cabo en 1974 en la Asamblea Americana, una operacion afiliada a la Universidad de Columbia con sede en la vieja propiedad de Harriman en las afueras de la ciudad de Nueva York, se convirtió en libro, "Global Companies, The Political Economy of the World Business" (Compañías globales, la economía política de los negocios mundiales). Lo editó Ball, y consistía en transcripciones de los discursos en que se atacaba el concepto mismo de soberanía nacional y sostienen la necesidad de que las corporaciones manejen el mundo.
En uno de estos discursos, un alto funcionario de la IBM, Jacques Maisonrouge, usó un lenguaje similar a los alegatos que hacen hoy los globalistas. "Inflación pandémica, precios del petróleo hasta las nubes, malas cosechas, creciente desempleo, altas tasas de interés, temor creciente a una depresión global; estos son sólo algunos de los problemas que acechan a la humanidad", dijo. "El problema de origen parece ser la distribución desproporcionada de los recursos mundiales, tanto materiales como humanos. Lo que se necesita son mecanismos por los cuales estos recursos se puedan identificar, manejar y distribuir más equitativamente. Uno de estos mecanismos —la compañía internacional— ya existe. Es mi punto de vista que no se ha diseñado todavía una mejor herramienta para llevar a cabo estos objetivos que la compañía internacional". Presagiando los alegatos que hacen hoy Felix Rohatyn, Michael Bloomberg y Judith Rodin, de la Fundación Rockefeller, Maisonrouge alega que "es demasiado claro que en el largo plazo no funcionan las soluciones únicamente políticas", porque los gobiernos "ponen los intereses nacionales, o sus visiones de éstos, por encima de la cooperación internacional de largo plazo".
Felix el fascista
Mientras Ball promovía este concepto, su Lehman Brothers trabajaba duro para llevarlo a cabo, y para ello trabajó estrechamente con el banco de inversiones sinarquista Lazard Freres. Juntas, estas dos compañías estuvieron a la vanguardia del ensamblado de conglomerados, los antecesores a los gigantes supanacionales actuales. La cartelización, bajo el eufemismo de fusiones y adquisiciones, ha sido el trabajo de toda la vida de Felix Rohatyn, el banquero de vieja data de Lazard quien, después de estar brevemente con Rothschild, se unió a Lehman. Rohatyn presidió la Comisión sobre la Crisis de la Bolsa de Valores de Nueva York a principios de los 1970, ayudando a reestructurar Wall Street pavimentando el camino para la cartelización y después se convirtió en el banquero más destacado de las fusiones y adquisiciones. Su papel ruin en fraguar las maquinaciones de uno de sus clientes, ITT, que involucraban proezas que iban desde usar prestanombres para esconder acciones hasta la instalación del gobierno fascista de Pinochet en Chile, que le granjeó el sobrenombra insultante de Felix "the Fixer" (el Cohechador), nombre que, aunquer cierto, era demasiado bueno. Lazard, como lo muestran los informes de inteligencia franceses y estadounidenses, fue uno de los controladores de la Sinarquía, la variante francesa de fascismo y Rohatyn era su hombre en los Estados Unidos.
Durante años, Rohatyn ha tenido un papel clave en construir los carteles globalistas que han dominado cada vez más la economía mundial. Ahora tenemos a Rohatyn, un poder importante tras escena en el Partido Demócrata, moviéndose para completar el proyecto de la compañía mundial usando la crisis financiera actual para derrotar al Estado nacional. La intención es usar la crisis financiera y la parálisis política en Washington para "probar" que el Estado nacional "arcaico" es incapaz de bregar con los complejos problemas que enfrenta el mundo moderno, y que por lo tanto se hace necesario ir "más allá de la política" hacia una estructura corporativa, más eficiente. Esto es lo que yace tras los esquemas privatizadores de "asociaciones públicas y privadas" y los planes para instalar a un tecnócrata como el alcalde de Nueva York Michael Bloomberg en la Casa Blanca. Argumentan que la política ha fallado y que ha llegado el momento del cambio, ofreciendo como el modelo el sistema mismo contra el que se libró la Revolución Americana.