Expedientes abiertos
Roberto Rock
12 de mayo de 2008
El PRD que sí debe desaparecer
El crecimiento del organismo abrió la puerta a la improvisación, agudizó el apetito de las corrientes, multiplicó la corrupción y activó un cáncer que debe ser extirpado
Uno de los principales integrantes del Comité Ejecutivo del Partido de la Revolución Democrática —responsable de un área operativa clave en la organización— era hace poco tiempo un anónimo cuadro de base cuya tarea consistía en sacar copias de documentos y atender encargos similares. Su lugar en el escalafón partidista se catapultó cuando sus anteriores jefes dejaron la estructura del partido para ocupar puestos públicos, curules y escaños en los congresos federal y locales.
Hace menos tiempo aún, un militante perredista que nunca tuvo un empleo formal y que acumuló méritos grafiteando muros y pateando puertas de oficinas públicas, un buen día se descubrió apoltronado en un sillón de diputado, con sueldo de legislador, oficina, viajes, secretaria y otras delicias. Cuando su periodo terminó entró en tal sicosis que no sólo mantuvo el control de su oficina sino que decidió vivir en la misma. Su enajenación lo llevó a buscar dinero fácil y acabó siendo asesinado en circunstancias nunca aclaradas.
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