Mesa Redonda: "Vigencia del pensamiento del Che en Nuestra América"
ponentes:
Embajador de la República de Cuba en México
Embajador de la República de Bolivia en México
Embajador de la República Bolivariana de Venezuela
Representante de la Embajada de Argentina en México
Lugar:
Club de Periodistas, Filomeno Mata 8, Centro Histórico
(creca del Metro Allende o Bellas Artes)
Al finalizar la Mesa Redonda se realizará un concierto de Trova
Latinoamericana en la misma sede
""...Si queremos expresar cómo deseamos que sean nuestros hijos,
debemos decir con todo el corazón vehemente de revolucionarios:
¡Queremos que sean como el Che!..." Fidel Castro Ruz
invitan:
Embajada de la República de Cuba en México
Movimiento Mexicano de Solidaridad con Cuba
para más información:
044-55-1849-9274
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(tomado de Granma, martes, 10 de junio de 2008)
Complejidades de la lucha revolucionaria
Manuel E. Yepe
El salto de una sociedad movida por la ambición individual y la competencia, a otra que descanse en la solidaridad y la ayuda mutua, tropieza con muchos mas obstáculos materiales y trabas mentales que los que podrían haber imaginado Carlos Marx, sus precursores y todos sus seguidores en busca de la utopía socialista.
No creo que se trate de inconsistencia entre las conjeturas y conceptos revolucionarios de Marx sobre la libertad política contra la explotación, el saqueo, la miseria, la barbarie, la alienación; su
concepción materialista de la historia y su doctrina económica, que Engels hizo suyos y enriqueció con contribuciones magníficas a la filosofía, las ciencias naturales, la sociología, y a las complejidades de la lucha real por el desarrollo económico y social.
Ni Marx ni Engels eran sabios aislados de la realidad concreta. Todo lo contrario, su propósito esencial fue siempre el de proveer al movimiento obrero de los instrumentos ideológicos científicamente fundamentados para transformar el mundo.
La lucha de los revolucionarios contra tendencias negativas, tanto en el conjunto de la sociedad como en la práctica política y administrativa, en todos los niveles de dirección, tales como la corrupción, el nepotismo, el dogmatismo, el sectarismo, el verticalismo y los extremismos de todo tipo, han estado siempre sometidos a ataque, pero son propensiones que resucitan y probablemente tendrán que permanecer en la agenda de combate revolucionaria mucho más tiempo, o indefinidamente.
Con ellos ocurre igual que con el machismo y todos las demás aprehensiones que afectan las relaciones de género, étnicas y raciales, que encuentran adictos y opositores en todo el amplio espectro de la sociedad, aún después que se logre una clara orientación oficial, apoyada en una legislación precisa, en defensa de la igualdad.
A nivel interno de las naciones, quienes llevan la peor parte en la distribución de la riqueza son aquellos que, en condiciones inertes, debían favorecer la lucha por el objetivo de lograr una sociedad solidaria como alternativa a una sociedad competitiva. De la misma manera, a escala global, en un mundo dividido en países ricos dominantes, de una parte, y dependientes subdesarrollados, de la otra, debían ser las naciones que llevan la peor parte en la actual estructura de la sociedad global, las llamadas a ser abanderadas de la lucha.
Aunque es notorio que las motivaciones de los revolucionarios se alimentan, tanto a nivel nacional como internacional, de muchos más factores que los que determinan el bienestar o la pobreza, son estas circunstancias elementos coadyuvantes del apoyo a los procesos revolucionarios.
La pobreza motiva la rebeldía, pero mucho más lo hacen las injusticias, las desigualdades, las exclusiones. Esto es válido tanto a nivel individual, como social y global.
Pero el mundo es un complejo de redes y circunstancias que rechaza soluciones esquemáticas, en el que intervienen muchos más imprevistos que reglas.
La aspiración, cada vez más consciente en el Tercer Mundo, de cambiar el injusto orden económico, político y social del mundo ha enfrentado obstáculos de orden subjetivo que estimulan y aprovechan las potencias desarrolladas por medio de ataques a la unidad y la voluntad de vastos sectores poblacionales del Sur.
Las tendencias globalizadoras que el desarrollo impone a escala mundial son manipuladas por las naciones desarrolladas en beneficio de sus objetivos y en perjuicio de las desfavorecidas.
El desarrollo de los medios masivos de divulgación sirve a los poderosos para la promoción de los modelos de vida que convienen al capitalismo moderno, de orientación neoliberal, mientras ignoran o combaten los que surgen y se desarrollan en los países que escapan del subdesarrollo, de contenido solidario, cooperativo y comunitario.
El fraccionamiento del mundo en naciones que compiten entre sí por el bienestar propio en detrimento del ajeno es, sin duda, incompatible con un mundo de iguales, hermanados por el bienestar común.
Si se fuera consecuente con los principios del desarrollo sin fronteras que supone la globalización, se incluiría en estas tendencias no solo el comercio, la inversión y todas las formas actuales del intercambio económico internacional, sino también las migraciones, el uso sin barreras de las tecnologías de punta, y otras que solo se justifican como medidas de protección de los privilegios
de que actualmente disfrutan los ciudadanos de las naciones más desarrolladas.
Las revoluciones llegadas al poder tienen que lidiar con muchas contradicciones internas derivadas de esos males que, al tiempo que figuran como desviaciones a superar a nivel de la ciudadanía, se manifiestan y reproducen también en sectores de la dirigencia política y administrativa, a partir de propensiones instintivas, influencias externas, prejuicios, tradiciones y otras causas.
Y ese esfuerzo se hace más tenso cuando hay que desplegarlo en medio de las dificultades que impone una situación de resistencia a una agresión extranjera que hace la tarea más compleja y difícil aún.
Este enfrentamiento parece inevitable, a la luz de que los objetivos de los países eufemísticamente llamados "en vías de desarrollo" suponen, en última instancia, quiérase o no, un cambio estructural de las relaciones internacionales que amenaza el orden capitalista, impensable sin explotación, intercambio desigual y dependencia económica.
No creo que se trate de inconsistencia entre las conjeturas y conceptos revolucionarios de Marx sobre la libertad política contra la explotación, el saqueo, la miseria, la barbarie, la alienación; su
concepción materialista de la historia y su doctrina económica, que Engels hizo suyos y enriqueció con contribuciones magníficas a la filosofía, las ciencias naturales, la sociología, y a las complejidades de la lucha real por el desarrollo económico y social.
Ni Marx ni Engels eran sabios aislados de la realidad concreta. Todo lo contrario, su propósito esencial fue siempre el de proveer al movimiento obrero de los instrumentos ideológicos científicamente fundamentados para transformar el mundo.
La lucha de los revolucionarios contra tendencias negativas, tanto en el conjunto de la sociedad como en la práctica política y administrativa, en todos los niveles de dirección, tales como la corrupción, el nepotismo, el dogmatismo, el sectarismo, el verticalismo y los extremismos de todo tipo, han estado siempre sometidos a ataque, pero son propensiones que resucitan y probablemente tendrán que permanecer en la agenda de combate revolucionaria mucho más tiempo, o indefinidamente.
Con ellos ocurre igual que con el machismo y todos las demás aprehensiones que afectan las relaciones de género, étnicas y raciales, que encuentran adictos y opositores en todo el amplio espectro de la sociedad, aún después que se logre una clara orientación oficial, apoyada en una legislación precisa, en defensa de la igualdad.
A nivel interno de las naciones, quienes llevan la peor parte en la distribución de la riqueza son aquellos que, en condiciones inertes, debían favorecer la lucha por el objetivo de lograr una sociedad solidaria como alternativa a una sociedad competitiva. De la misma manera, a escala global, en un mundo dividido en países ricos dominantes, de una parte, y dependientes subdesarrollados, de la otra, debían ser las naciones que llevan la peor parte en la actual estructura de la sociedad global, las llamadas a ser abanderadas de la lucha.
Aunque es notorio que las motivaciones de los revolucionarios se alimentan, tanto a nivel nacional como internacional, de muchos más factores que los que determinan el bienestar o la pobreza, son estas circunstancias elementos coadyuvantes del apoyo a los procesos revolucionarios.
La pobreza motiva la rebeldía, pero mucho más lo hacen las injusticias, las desigualdades, las exclusiones. Esto es válido tanto a nivel individual, como social y global.
Pero el mundo es un complejo de redes y circunstancias que rechaza soluciones esquemáticas, en el que intervienen muchos más imprevistos que reglas.
La aspiración, cada vez más consciente en el Tercer Mundo, de cambiar el injusto orden económico, político y social del mundo ha enfrentado obstáculos de orden subjetivo que estimulan y aprovechan las potencias desarrolladas por medio de ataques a la unidad y la voluntad de vastos sectores poblacionales del Sur.
Las tendencias globalizadoras que el desarrollo impone a escala mundial son manipuladas por las naciones desarrolladas en beneficio de sus objetivos y en perjuicio de las desfavorecidas.
El desarrollo de los medios masivos de divulgación sirve a los poderosos para la promoción de los modelos de vida que convienen al capitalismo moderno, de orientación neoliberal, mientras ignoran o combaten los que surgen y se desarrollan en los países que escapan del subdesarrollo, de contenido solidario, cooperativo y comunitario.
El fraccionamiento del mundo en naciones que compiten entre sí por el bienestar propio en detrimento del ajeno es, sin duda, incompatible con un mundo de iguales, hermanados por el bienestar común.
Si se fuera consecuente con los principios del desarrollo sin fronteras que supone la globalización, se incluiría en estas tendencias no solo el comercio, la inversión y todas las formas actuales del intercambio económico internacional, sino también las migraciones, el uso sin barreras de las tecnologías de punta, y otras que solo se justifican como medidas de protección de los privilegios
de que actualmente disfrutan los ciudadanos de las naciones más desarrolladas.
Las revoluciones llegadas al poder tienen que lidiar con muchas contradicciones internas derivadas de esos males que, al tiempo que figuran como desviaciones a superar a nivel de la ciudadanía, se manifiestan y reproducen también en sectores de la dirigencia política y administrativa, a partir de propensiones instintivas, influencias externas, prejuicios, tradiciones y otras causas.
Y ese esfuerzo se hace más tenso cuando hay que desplegarlo en medio de las dificultades que impone una situación de resistencia a una agresión extranjera que hace la tarea más compleja y difícil aún.
Este enfrentamiento parece inevitable, a la luz de que los objetivos de los países eufemísticamente llamados "en vías de desarrollo" suponen, en última instancia, quiérase o no, un cambio estructural de las relaciones internacionales que amenaza el orden capitalista, impensable sin explotación, intercambio desigual y dependencia económica.