No es cosa menor lo que pretende hacer, al patrimonio y al futuro de la nación, el gobierno de Felipe Calderón con la reforma energética. Se trata en realidad, por más eufemismos que se utilicen y por más que se la presente como una reforma cosmética, como una reforma light que regulariza sólo lo que de hecho ya sucede en Pemex, del arranque de un proceso total e irreversible de privatización de la industria petrolera.
Si escuchamos el canto de las sirenas de la propaganda gubernamental, si no actuamos, si no participamos, por ejemplo, este domingo en la consulta y hacemos oír potente y clara nuestra voz, perderemos los mexicanos el control y la dirección de nuestra marcha como nación independiente. Para eso fue precisamente, para ser dueños y soberanos de nuestro destino que, en 1936, expropió Lázaro Cárdenas, con el apoyo tumultuario de los mexicanos, la industria petrolera. El PAN, que nació en esos días, tiene finalmente la posibilidad de revertir esa conquista: podemos impedírselo.
El petróleo debe ser el detonador del desarrollo nacional; no la caja grande de un gobierno ineficiente que, además, no entrega cuentas claras de los excedentes petroleros. No debemos renunciar a su control. No podemos ceder ese instrumento vital a empresarios propios o extraños. Cuidan ellos intereses particulares; corresponde al Estado cuidar los intereses de la nación y sus ciudadanos.
Antes que pensar en entregar a otras manos la industria petrolera es, por el contrario, la hora de hacerla recuperar su fuerza, su eficiencia, su dignidad. Debemos detener la acción depredadora que, desde la casa presidencial y desde los tiempos de Salinas de Gortari, mantiene bajo asedio a la industria petrolera. Es la hora también de impedir que los líderes venales del sindicato, los funcionarios y empresarios corruptos sigan robando a Pemex. Es tiempo de frenar a Calderón y sus secuaces.
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