Por Ramón Alberto Garza y Félix Arredondo
Carlos Slim está cocinando su nueva estrategia de negocios. Y para eso necesita gas. Lo demanda porque su nuevo menú está diseñado con base en los olores del crudo, de los energéticos. Pero la receta del hombre más rico del mundo tiene un ingrediente adicional: el geográfico. Slim busca cambiar de sabores porque la comida mexicana ya le dio en cara. O mejor dicho, ya acaparó el mercado mexicano, todo. Nada le es nuevo, domina casi todo, y eso ya no es un reto para su refinado paladar de negocios.
Ahora va por la paella, el lechón y las tapas. Sabe que controlando la cocina de la Madre Patria, puede aspirar a adueñarse de la fabada, el churrasco e incluso los kipes y las hojas de parra. Sus dos más recientes operaciones culinarias, la compra del 15 por ciento de Gas Natural México y la venta de 20 por ciento de Inbursa a La Caixa española, son apenas el aperitivo de lo que anhela que sea su plato fuerte: los energéticos, las telecomunicaciones, la infraestructura y los medios ibéricos.
Para esta compleja diversificación de su cocina, el Ingeniero necesita un sous-chef, un ayudante de cocina. O como diríamos los mexicanos, un pinche que prepare los ingredientes para que el chef Slim sólo llegue a cocinar y a dar su toque de Rey Midas. Hoy ese pinche es el ex presidente español Felipe González. Un hombre que en su momento cocinó los mejores platillos de la privatización española. Un político de clase mundial que se ganó su lugar en la historia, pero que está cerrando su vida como cabildero de favores multinacionales para el chef Slim.
A la dupla Slim-González se le ve lo mismo en México que en Brasil, Argentina o Chile, en la Comunidad Europea y hasta cabildeando negocios en Marruecos. Pero los restaurantes del hombre más rico del mundo también necesitan un hostess. Alguien que siente a los interesados a la mesa. Y ese papel parece reservado para otro ex presidente, el mexicano Carlos Salinas de Gortari. Renegado del neoliberalismo que él mismo creó, y realineado con las fuerzas de la nomenclatura a las que tanto combatió, Salinas está cocinando algunas posibles alianzas con otros chefs españoles.
Sus reuniones en Londres con directivos de Telefónica, en las que les vendió sus servicios para operar la apertura de la telefonía local en México, dejarían ver sus aspiraciones de hostess cabildero. Con Salinas atendiendo mesas y González picando en su cocina, Slim está convencido de que antes de que termine esta década, podrá imponer en el resto del mundo de habla hispana su controvertida cocina de negocios
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