La Universidad de Guadalajara: crisis sin democracia
El embrollo: lo legal y lo no legal
Ayer, la Universidad de Guadalajara amaneció en crisis y con dos rectores. El viernes pasado, el Consejo General Universitario (CGU) destituyó a Carlos Briseño Torres como rector general y en su lugar eligió a Marco Antonio Cortés Guajardo. Los consejeros universitarios que llevaron a cabo estas acciones argumentaron que Briseño Torres había cometido “faltas graves”. Según la Ley Orgánica de la UdeG, en su artículo 31, fracción VIII, el CGU tiene la facultad de “elegir al rector general, autorizar sus licencias, aceptar su renuncia y destituirlo por falta grave, en los términos establecidos por el Estatuto General”. En la polémica sesión, Carlos Briseño, en su calidad de presidente del CGU, decidió concluir la reunión por falta de acuerdo para el orden del día; sin embargo, la mayoría de los consejeros decidió lo contrario. Alfredo Peña, secretario general de la UdeG, continuó la sesión como presidente del CGU y se acordó la destitución de Briseño Torres y del vicerrector Gabriel Torres Espinoza.
¿Es posible continuar una sesión cuando el presidente del CGU la dio por concluida en contra de la mayoría de los consejeros? El Estatuto General de la Universidad de Guadalajara (un documento que aclara puntos de la Ley Orgánica) no especifica si es legal o no que el presidente del Consejo dé por finalizada una sesión si no se aprueba el orden del día. Determina que un dictamen puede ser suspendido por falta de quórum, por desórdenes, por acuerdo de dos terceras partes de los consejeros, por moción suspensiva y por receso. Pero esto es solamente para un dictamen, no para una discusión sobre el orden del día. Así pues, existe un problema: ¿fue legal o no que Briseño haya suspendido la sesión? La respuesta no es clara.
Ahora bien, ni la Ley Orgánica ni el Estatuto General de la UdeG establecen cómo (el proceso formal) y bajo qué argumentos el CGU puede destituir al rector. Tampoco indica qué se debe entender por “falta grave”. Así pues, ambos bandos (los briseñistas y los anti-briseñistas) pueden jugar con las leyes, manejarlas e interpretarlas a su antojo. Pero no hay certidumbre acerca de la legalidad: por eso hoy la Universidad tiene dos rectores y los argumentos de ambos pueden ser válidos y pueden ser, al mismo tiempo, inválidos. Un desgarriate, pues.
Lo que ha sido y es
Para nadie es una misterio lo que ha sucedido en la UdeG en las últimas dos décadas. Un grupo se ha consolidado y detenta la mayoría de los puestos de alto nivel. El líder máximo de ese grupo es Raúl Padilla López. Uno de sus hombres más cercanos hasta hace poco tiempo era Carlos Briseño Torres. Este grupo denominado “Universidad” se ha movido entre lo “positivo” y lo “negativo”. Por un lado ha formado eventos culturales tan importantes como la Feria Internacional del Libro, que es reconocida a nivel mundial y, por el otro, ha organizado un sistema corporativo que impide a otros grupos políticos tener peso dentro de la UdeG; es decir, niega pluralidad y libertad de participación al interior de la casa de estudios.
Lo social, lo político y lo universitario
Una comunidad universitaria está conformada por los cuerpos académicos, los estudiantes, los ex alumnos, las autoridades, los administrativos y todos los demás trabajadores de la institución: desde el intendente más humilde hasta el rector. Las universidades públicas son patrimonio de la sociedad, porque es ahí donde se educa a la población, donde se produce y de donde se divulga el conocimiento. Las universidades deben ser autónomas y los conflictos a los que se enfrenten precisan ser solucionados por la misma comunidad universitaria.
La participación política dentro de las universidades públicas necesita ser una constante, pues a través de ella se enseña: la democracia no puede quedar excluida de estas instituciones educativas. Por eso resulta lamentable que en la UdeG la participación política sea poca: estudiantes, académicos y trabajadores poseen mínimos espacios para desarrollar su participación política-universitaria. Quizás no los han conquistado; quizás les han sido robados; quizás no les interesen.
La elite que actualmente domina la UdeG y que en muchas ocasiones toma decisiones que van en contra de los intereses de los universitarios y de la misma Universidad, existe porque la comunidad universitaria no ha luchado por la pluralidad y la democracia dentro de la casa de estudios. El estudiantado es fácilmente manipulable. El viernes pasado, cientos de alumnos de preparatorias y centros universitarios llegaron a la rectoría para gritar y apoyar, para “echar desmadre”, pero no para participar políticamente de manera libre e informada: no sabían por qué estaban ahí. La participación de la comunidad universitaria en los asuntos que le conciernen (y también en los de su entorno sociopolítico) es imprescindible. Y ahora no se ve, o se ve débil, o muy disminuida.
La UdeG no puede estar secuestrada por una elite ni entrar en crisis por una escisión en esa misma elite. La comunidad universitaria debe reivindicar su participación política, su derecho a decidir, a tener voz y a no ser discriminada por su forma de pensar. La cuestión no es eliminar a un grupo político hegemónico para que llegue otro grupo político hegemónico. Lo principal es que existan muchos grupos en libertad de opinar, de elegir y de decidir: en pocas palabras, una verdadera democracia. Por eso hoy lo importante no es quién quede, quién sea el legítimo rector; lo importante es que sea la comunidad universitaria la que decida el futuro de la institución. Una institución, vale la pena recordar, siempre asediada por la derecha y los grupos oligárquicos, los cuales no soportan que el pueblo se eduque, piense, reflexione y critique, es decir, que el pueblo sea libre.
jorge_naredo@yahoo.com