A lo largo de mi vida me ha tocado padecer, con la cámara al hombro, todo tipo de calamidades. La guerra, los huracanes y terremotos, las epidemias. Es la primera vez que enfrento una situación de crisis —del tamaño de la que vivimos además— desde la impotencia y la indefensión de los ciudadanos, de esos que sin la posibilidad de cuestionar al poder, de penetrar los meandros de la crisis y hacerse así de respuestas, se ven expuestos, en calidad de espectadores pasivos, a la información o a la falta de ella, que nos recetan los gobernantes.
Siempre he pensado que en condiciones de crisis, el miedo, bien administrado, es una herramienta para la sobrevivencia. La experiencia me ha demostrado que los temerarios y los ignorantes son los que más pronto mueren y son los que arrastran a otros a la muerte. La valentía es la prudente y objetiva aceptación del peligro; la conciencia de que, por un lado, esta ahí amenazante, frente a nosotros, pero de que también, por el otro, conocemos su rostro, sabemos de qué está hecho y somos, por tanto, capaces de enfrentarlo.
Sólo quien es capaz de hacer del miedo un instrumento de navegación, suele sobrevivir. Esta habilidad vital sólo la obtiene aquel que cuenta con información contínua y suficiente, clara y consistente para aquilatar los riesgos a los que se enfrenta y tomar las medidas pertinentes o bien asumir, con responsabilidad y sin dilación de ninguna especie, las que el Estado, en cumplimento de su tarea, determina como necesarias para sortear el peligro.
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