El sistema político, económico y social que rige la vida organizada en México, además de su visible decrepitud, es por completo disfuncional y hasta peligroso para la paz colectiva. Cualquier vientecillo en contra puede derribarlo. Las propias tormentas, pasadas y actuales, lo han erosionado a tal grado que su deterioro sólo pasa desapercibido para los incautos o para aquellos que se benefician de él. Quienes lo dirigen, sus elites respectivas, incluidas las religiosas (la jerarquía católica al menos) y varios de sus integrantes culturales, no quieren cejar en su empeño de mantenerlo con respiración artificial, aun a costa de su mayúscula injusticia. El costo de su prolongación pasa íntegro a las capas más desprotegidas de la sociedad, al tiempo que hipoteca el futuro de todos.
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