Hoy, justamente hoy, el gobierno de Felipe Calderón llega al punto climático de los tres años: cumplidos y por venir. Un capítulo que si bien no termina todavía ya está siendo juzgado implacablemente como una etapa negativa, oscura y deprimente. Ni siquiera entre los miembros del gabinete hay quien se atreva a decir que ha sido lo contrario: positiva, luminosa y alentadora.
Desde luego cuentan factores como la crisis mundial y la caída de los precios del petróleo. Pero hay otras realidades inocultables: el nivel de sus secretarios de Estado, cuyas currículas —salvo un par de excepciones— no resisten ni el más generoso análisis; el aislamiento sistemático de un gobierno excluyente que no dialoga ni siquiera con los panistas, menos aún con sus críticos y opositores; que entiende la sumisión como lealtad y el cuestionamiento como traición |