Mucho debate acerca de la reelección de los diputados, como si eso resolviera o empeorara algo. Es cierto que los proyectos de los gobiernos locales, así como de las legislaturas, no tienen continuidad cuando la alternancia, en franca oposición a su antecesora, no continúa con sus obras y proyectos. Sin embargo habrá algunos proyectos que, por el contrario, requieran dar un paso atrás en lugar de continuar. ¿Pero cuál es o debería ser el criterio? El de los electores, pero aún más el de los ciudadanos.
Hoy en día concebimos el ser ciudadano como la condición del que sale a votar y paga sus impuestos. No es suficiente. Los partidos enquistados en las instituciones del Estado buscan, antes que el progreso del país, el cumplimiento de sus ambiciones de grupo. Ya ni siquiera estamos hablando de una cuestión como la perpetuación del proyecto de cada grupo, que sería una aspiración más legítima que la intentona de subir escalafones, de la mano con familiares y amigos o que la de facilitar las condiciones para que “los cuates” sigan gobernando y los “cuates de los cuates” tengan jugosos contratos a costillas de las arcas públicas.
Nada de esto cambiaría de abrir puertas al camino de la reelección.
En este espacio, hemos solicitado que cada ciudadano adopte a su diputado, y no porque estén solos, pues están cobijados por la cúpula partidista y algunas bases sociales que colaboran corporativamente y sin conciencia del proyecto del partido en su conjunto. Vamos, es que ni siquiera la plataforma ideológica de los partidos tiene congruencia alguna con los proyectos que en el dominio de lo absolutamente pragmático se impulsan desde los gobiernos y las legislaturas. Lo que les falta, en todo es la guía de la ciudadanía. No olvidemos que son delegados, no mandamases y empleados en lugar de patrones supremos; deben tener habilidades de gestión, capacidad de debate, conocimientos jurídicos, conciencia social, etc. Todo con el objetivo de llevar a buen término el cumplimiento de las necesidades de la ciudadanía, pero de cualquier modo nadie es capaz de “dictaminar” las necesidades de la gente; el trabajo de ellos es conocerlas, y en informárselas, es en lo que estamos fallando, están huérfanos de esta guía fundamental para el cumplimiento de sus funciones. La reelección no cambiará esta situación.
El tema de las elecciones se ha corporativizado de tal manera que hoy la mayoría de las acciones de gobierno están encaminadas a este fin y por eso se quedan cortas en cuanto al alcance neto de los programas. Cuando la única prioridad para las personas y los grupos es su subsistencia en el poder, irónicamente se convierte en un estado eternamente transitorio; no hay planificación a largo plazo. Las encuestas de opinión cuchareadas, los tiempos en televisión y radio, las alianzas de determinados personajes con las empresas de comunicación, la construcción de obras de relumbrón, todo va enfocado a ganar elecciones.
Y decir que la reelección mejorará esta situación es tan absurdo como decir que subirles los salarios a los funcionarios los eximirá de la corrupción. Vemos que los magistrados del TEPJF gozan de privilegios que el trabajador común apenas alcanzaría a soñar, y sin embargo siguen tomando determinaciones facciosas y tramposas, como la negativa a la revisión de la documentación electoral o el caso de Iztapalapa. Como lo que buscan muchos funcionarios de visión cortoplacista es la perseverancia en el poder, ¿entonces les damos de una vez la posibilidad de ello para que dejen de planearlo y agendarlo? Es absurdo.
La rendición de cuentas es nula cuando en una denominada “democracia” como la que vivimos en México, se toman determinaciones para mantener algunos archivos en confidencia durante décadas, o se ocultan los nombres de las empresas evasoras de impuestos o de los funcionarios corruptos, como los que en el caso de CFE otorgaron contratos a determinadas empresas a cambio de una “comisión”. Para que exista la rendición de cuentas, debemos comenzar por impulsar los mecanismos que la hagan verdaderamente posible. Empezar por debatir el tema de la reelección es querer construir una casa empezando por el techo, resulta a todas luces contraproducente.
Es necesario primero llevar a la práctica mecanismos que le quiten el dominio absoluto de las cuestiones públicas a la partidocracia, hacer efectiva la transparencia e involucrar al grueso de la población en la rendición de cuentas de los funcionarios. Es decir, la reforma del Estado ideada desde hace mucho tiempo y dejada en el olvido por la agenda de la coyuntura y las ambiciones de los “pocos pero muy locos” enquistados en el poder.
Hoy que tenemos legislaturas completamente carentes de pluralidad, alcaldías corporativizadas, feudalismos partidocráticos locales, pocos mecanismos de participación ciudadana y acceso muy limitado a la información de la función pública, ni siquiera vale la pena discutir la reelección. Todavía ni se ha resuelto el correcto funcionamiento de la primera elección y ya queremos “duplicar” el asunto.
PD. Ahí anda Loret de Mola en El Universal regañando a Denise Maerker porque no ve el uso faccioso de los medios de comunicación y el gasto del dinero público para este fin, el buey dándole de patadas al pesebre…
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