miércoles, 17 de febrero de 2010

Las lecciones de Luz María

Alejandro Páez Varela

El jueves 11 de febrero, México se conmovió cuando Luz María Dávila García, madre que perdió a sus dos hijos en la matanza de estudiantes de Ciudad Juárez, confrontó al presidente Felipe Calderón. Nos sacudimos por muchas razones. Porque vimos el dolor cara a cara; porque lo dicho y difundido hasta ese momento sobre la guerra contra las drogas carecía de rostro y, a pesar de cuanto habíamos visto, nos era todavía muy lejana. Nos conmovió porque nos dimos cuenta de que no todos los juarenses son narcos, como pareciera que quieren hacer sentir; porque muchos, al verla, pensamos que no hemos hecho lo suficiente, que apenas movimos un dedo cuando nos llegaban noticias sobre el drama humano que se vive en esa ciudad. Nos partimos en dos porque agarramos al gobierno con las manos en la masa: pretendía que ni esas vidas segadas contaran; quería enviar con prisa esos cuerpos adolescentes a la fosa común del olvido, a donde se van “por narcos (o pandilleros)” todos los muertos. Quería tirarlos cómodamente a la fosa común de los ciudadanos del mal, los de segunda categoría, los que no merecen ni el recuerdo.

Luz María Dávila García los enfrentó: hasta aquí, señores. Yo en lo personal me conmoví porque, además, no importa qué tan cerca se pueda estar de ese drama nacional: nunca entenderé lo que significa para una madre perder a sus dos hijos en un solo acto injusto, en un solo machetazo impune.

Esa madre dolida nos movió hondo porque en apenas unos minutos expuso lo que muchos pensamos. Luz María –quien perdió a Marcos y José Luis Piña Dávila, de 19 y 17 años de edad– delineó, sin proponérselo, una estrategia social para Ciudad Juárez. Y por supuesto nadie espere que el gobierno se dé por enterado. Vea:
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