La peor señal de hacia dónde va el país, son los asesinatos de cada vez más jóvenes. Eso es lo que nos debiera alarmar más que cualquier otra cosa: más que las reformitas política o laboral; más que las coaliciones por los próximos procesos electorales; más que los plazos para la recuperación económica; vaya, más que la cantaleta del 2012. Porque si seguimos matando a nuestros jóvenes, todo lo demás carece de sentido. Y hablo de crímenes colectivos en varias modalidades:
Desde luego están los obvios que tienen que ver con la estadística alarmantemente creciente de cada vez más jovencitos y aun niños masacrados por los soldados o por el crimen organizado. Pareciera un “daño colateral” teledirigido sobre todo en los años y meses recientes. Ya horroriza la cronología: los 15 muertos de Salvárcar por un comando de sicarios armados; poco después, ahí mismo, a unos cientos de metros, otros seis ejecutados que velaban a un séptimo; luego los dos posgraduados del Tec que —hay sospechas fundadas— pudieron ser baleados por el Ejército; y más recientemente los diez jóvenes y niños de Durango masacrados por un grupo paramilitar en circunstancias todavía no aclaradas del todo. |