Sus 10 mandamientos (con instinto religioso del neofundamentalismo panista, sus vínculos con la agrupación tribal de El Yunque y la cada vez más desdibujada separación de las iglesias y el Estado) son una cruzada contra el ejercicio de las máximas libertades para informar, difundir, publicar y criticar sin ninguna censura previa. Calderón una y otra vez, machacona y públicamente lo exigió, para el desbocado cumplimiento de su razón de Estado militar, en cuyo nombre se enmascaran los postulados autocráticos favorables al príncipe (el Estado soy yo: Calderón) y sus secuaces.
Los que han suscrito ese acuerdo se pusieron la soga al cuello, proclamando la autocensura previa, tratando ingenuamente de tapar el sol con un dedo. Y si sólo ellos y sus ideólogos (los Aguilar Camín, los Carreño Carlón, etcétera) estuvieran involucrados, jamás alzaríamos la voz quienes rechazamos el amordazamiento de la libertad de expresión y libertad de prensa. Pero ese poder mediático y su maridaje con el poder presidencial son una amenaza antidemocrática, anticonstitucional y antirrepublicana, cuando la nación, más que nunca –desde Victoriano Huerta y Díaz Ordaz–, necesita plena información sobre las crisis de inseguridad, económica (desempleo, abandono del campo, encarecimiento de alimentos y medicinas, etcétera) y social por el creciente empobrecimiento y abandono de millones de jóvenes a los que un desgobernador deschavetado y maligno quiere imponer la leva militar.
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