martes, 24 de julio de 2012

México tragicómico


¿Listos? Tercera llamada, tercera. Comenzamos: uno a uno los actores principales salen al escenario y hacen gala de sus mejores atuendos, de sus mejores máscaras. Los protagonistas saben al dedillo cada una de sus líneas y, si acaso olvidan alguna, utilizan los conocimientos que el director les ha transmitido para improvisar –de acuerdo a las pautas generales de la obra. Interpretan tan bien su papel que parecen reales. Ellos mismos creen en sus diálogos, forman un sistema lingüístico e icónico perfecto, capaz de envolver con retórica demagógica al público.

   Al público se le toma en cuenta para que ovacione a los actores, para que pague grandes sumas por un show que sabe casi de memoria, que ha visto cientos de veces y que, sin embargo, casi nunca le satisface.

   La empresa encargada de montar esta obra no siempre ha estado en las mismas manos, pero siempre ha estado dirigida por los mismos ejes: codicia y mezquindad. A estos se les han sumado en mayor o menor medida –dependiendo de los propietarios en turno–, la egolatría, la envidia, la deshumanización, la violencia y la sustitución de los valores éticos por los valores monetarios.

   “Que devuelvan las entradas”, gritan algunos osados que se encuentran al fondo del teatro. De inmediato se acercan los guardias, levantan a los culpables, los evidencian, someten y golpean. Paralelamente, el soliloquio del personaje principal continúa, así que casi de inmediato recupera la atención del respetable (nombrado así siempre y cuando no actúe como los trogloditas antes mencionados). 

   Las luces van y vienen. De pronto, los que protestaron ya no están, nadie se atreve a preguntar por ellos, tal parece que nadie los conocía. Quizá eran hijos del silencio, porque es el único que se atreve a manifestarse. Aquí no ha pasado nada. Por miedo, apatía y conformismo, el público ha pasado a ser parte del elenco, ya es un actor –secundario– más.

   Todos los reflectores están en dirección al escenario. Los privilegios también. Por el contrario, los pasillos y butacas son alumbradas por unos pequeños quinqués, peligrosos e insuficientes para iluminar a los espectadores, además, son causa de incendios y disputas para obtener el escaso calor que emiten.

   Así es el México tragicómico, nunca se sabe si lo que vemos es literal o metafórico, nunca se sabe si el desliz de un actor es una torpeza o es parte del guión. Lo que sí se sabe es que esta obra ha dejado la ficción de lado: hoy es más real que tú y que yo.

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