martes, 27 de noviembre de 2012

El cerco del miedo

Álvaro Delgado

MÉXICO, D.F. (apro).- A la vieja liturgia priista para la toma del poder de Enrique Peña Nieto, que imita especialmente a Carlos Salinas, se ha sumado un hecho oprobioso: El levantamiento de una muralla de acero, custodiada por las tropas, en torno del Congreso de la Unión que se supone soberano.

La arbitraria clausura de 11 estaciones del Metro y del Metrobús durante una semana, además de ser una impudicia, conculca el derecho constitucional de tránsito de miles de mexicanos que viven y laboran en esa zona, que desde el sábado está en virtual estado de sitio.

La reapertura este lunes de dos estaciones del Metro, concedidas por el Estado Mayor Presidencial (EMP) ante el repudio popular, no remedia la insolencia de levantar un cerco en torno del reciento donde Felipe Calderón entregará la banda presidencial a Peña.

Ni siquiera en la toma de posesión del propio Calderón, el 1 de diciembre de 2006, se amuralló un kilómetro a la redonda el palacio legislativo de San Lázaro.

Y entonces había una efervescencia política mayor a la actual, pero ahora hasta Andrés Manuel López Obrador cedió el Zócalo a Peña y replegó a sus huestes a la Columna de la Independencia, el viejo emblema panista.

No se entiende tan gigantesco dispositivo de seguridad en torno a la Cámara de Diputados –que tampoco con Salinas lo hubo– sin la lógica del miedo de Peña, no a no tomar posesión –porque lo puede hacer casi en el baño como en la Ibero–, sino a perder otra vez el control de su entorno.

Naturalmente el cerco metálico es también un mensaje a la sociedad: Si la operación política no funciona, por incompetencia o por lo que sea, queda el recurso de la fuerza policiaco-militar.

También es un mensaje la reactivación de la liturgia priista para la asunción al poder de Peña: Luego de la toma de protesta ante el Congreso, se trasladará al Palacio Nacional para pronunciar un discurso y proceder al besamanos mientras es resguardado por miles de militares en el Zócalo.

Hace 24 años, en 1988, Salinas abrió ese camino: De San Lázaro se trasladó al Palacio Nacional en un vehículo descubierto –a cuyo paso le arrojaban toneladas de confeti desde las azoteas– y en el Zócalo se dispuso una parada militar, la primera en la historia contemporánea de México, una decisión derivada de la sucia elección.

Semejantes en las prácticas de fraude, hay dos diferencias: Peña no tiene previsto trasladarse a Palacio Nacional en un auto descapotado y ahora –como se describió arriba– se ha cercado a San Lázaro, con altos bloques de acero custodiados por militares y policías, a más de un kilómetro a la redonda y con una semana de anticipación.

La duda es si Peña Nieto ordenará capturar a los opositores sólo por serlo, trasladarlos con los ojos vendados al Campo Militar Número Uno y someterlos a tortura, tal como lo hizo Salinas en su toma de posesión. Lo sé porque, reportero entonces de la sección cultural de “El Financiero”, fui uno de ellos.

Y está en duda también si, pese a los contrapesos políticos y partidarios, Peña no procede de manera análoga a Salinas en un embate que costó la vida a más de 500 opositores perredistas.
Nada puede descartarse. Ni siquiera que Peña no lo haga.
Apuntes

Es imagen es de Milenio-TV: Los helicópteros que aterrizaron en el Zócalo, como parte del desfile militar del 20 de noviembre, dispersan el estiércol de los caballos que llega hasta el balcón principal de Palacio Nacional, donde Calderón y su familia observan el despliegue militar. Los niños se tapan la nariz y hacen gestos de desagrado por el olor. Calderón, malencarado, se sacude el saco y el cabello, pero es evidente que quedó literalmente manchado de estiércol.

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