No me interesa el relevo
de poderes presidenciales porque es la misma farsa hipócrita, inmoral e
impresentable de las últimas décadas, el puro guardar apariencias de
presunta democracia, de que habitamos un país y no una franquicia, de
que somos república independiente y soberana y no patio trasero,
cliché, mal ejemplo mundial. No hay cambio de paradigmas ni castigo
para delincuentes históricos. Qué flojera ver a dos tipos señalados por
sus repetidas traiciones a todo lo que juran defender: la
Constitución, la calidad de vida de los mexicanos, los intereses de la
nación, escondidos a la medianoche en un recinto vedado al pueblo
mexicano, a la prensa, a la verdad. Felipe Calderón Hinojosa llegó a la
Presidencia de México por una trampa y salió a la medianoche por otro
rincón. Qué me importa a dónde se vaya a vivir el infeliz, seguramente
con miedo por el tiempo que le quede de vida, enano cobarde. De sus
manecitas manchadas con la sangre de miles de mexicanos inocentes y
culpables asesinados en pos de su impostura, Enrique Peña Nieto, después
de una de las campañas electorales más sucias y tramposas que hayamos
visto en los últimos cincuenta años, recibió el cargo mal habido de
noche. De día lo protestó mientras afuera se armaba la gorda entre
balazos de hule, gas lacrimógeno y bombas molotov que pronto sus
corifeos achacaron a lo poco que queda de real oposición al
neoliberalismo salvaje en este país. Si así llegó, quién sabe cómo se
vaya a ir.
Me importan un bledo las crónicas estúpidas que
hablan del enroque nefasto como si nada malo pasara, como si se tratara
solamente del protocolario glamur de la política sin decir que es una
política puerca, que esconde esquinazos para el pueblo mexicano, que
los grandes intereses nacionales han sido trucados por los del
mercachifle internacional, las desbocadas compañías petroleras, los
bancos que pierden dinero en todo el mundo, pero en México reportan
ganancias chupadas al sacrificio de millones de mexicanos que quizá eso
merecemos, ser víctimas propicias por agachones y convenencieros. Qué
asco, qué hueva leer los comentarios imbéciles de los que para quedar
bien con el poder corrieron a reclamarle a López Obrador y a sus
correligionarios los desmadres causados por vándalos que, sin embargo,
muy genuinas razones de rabia tendrán ante tanto cinismo y tanta
ratería. Qué me iban a interesar las crónicas de sociales que hablan de
la bonita familia recién llegada a la residencia oficial de Los Pinos,
si para una de sus integrantes yo no soy más que un pobre pendejo más
de la prole que critica a su padre por sus turbios enjuagues políticos y
de negocios o por haber sido candidato de utilería, maquillaje y teleprompter, diseñado en un foro de televisión.
Qué puedo encontrar de nutricio o de esperanzador
en los nombramientos que tanto revuelo causan, si basta ver en la
titularidad de la Secretaría de Educación, ese trono desde donde se
dirigen las políticas educativas y culturales de este país que alguna
vez se pudo jactar de eso, de sus educadores, a otro exgobernador del
estado de México vinculado estrechamente –igual que ése al que hoy
tenemos que llamar “presidente”– al grupo de rufianes que encabeza el
padrino de todos ellos, Carlos Salinas: Emilio Chuayffet Chemor, señero
responsable de que un personaje oscuro y nefasto como Elba Esther
Gordillo se enquistara en el sistema educativo nacional, engordara la
tripa con las cuotas sindicales de los maestros de este país, de que
los convirtiera en grupos de choque, en elemento de presión, en divisa
electoral. Cómo creer que Chuayffet, en pos de la educación nacional,
va a meter a saco a una de las más retorcidas operadoras políticas del
pri que vuelve a sus anchas, con retóricas orladas de promesas, con lo
que ellos llaman paso firme y muchos vemos como burda tropelía. Mejor
ver un capítulo de Bob Esponja, un refrito de Los Polivoces,
videos musicales, que las entrevistas a modo al impuesto presidente
Peña, a sus cercanos colaboradores que ya gozan los usufructos del
poder: la cartera de Gobernación, la de Hacienda, la de Comunicaciones,
todas a modo y encaminadas hacia la felicidad de las chequeras de todos
ésos, los que aparecen en las fotos y los que acechan en las sombras,
en mullidos sillones en grandes despachos frotándose las manos,
riéndose de nosotros, ésos a los que mi querido Paco Ignacio Taibo II
clasificó con tino como unos perfectos perversos hijos de la chingada,
y han vuelto, según parece, por sus revanchistas fueros.
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