(A 122 Años de los Héroes y Mártires de Chicago)
Alfredo Velarde
Cualquier recapitulación actual de la condición explotada del proletariado mexicano, debe partir de los ominosos datos que explican la extendida y creciente precarización general de los trabajadores asalariados mexicanos de la ciudad y el campo. La inconformidad general que debe mostrar un rostro de lucha organizado y radical, a 122 años de los Mártires de Chicago, como su reto principal, no es un accidente ni una falla del "modelo neoliberal", sino su más lógico resultado en el México de hoy, donde el 42% de la población (44.7 millones), en las maquilladas cifras oficiales, viven en la pobreza sin contar a los pobres extremos y miserables que son casi la mitad de ése guarismo, y que, en la realidad, es mucho peor si nos valemos de indicadores más rigurosos. Ser pobre en el entorno urbano presente, implica ganar en promedio 54 pesos diarios en México, y, en el campo, 36.
Para quienes lo ignoran, es preciso decir que de 1982 a 2008, el poder adquisitivo del salario promedio mexicano se ha precipitado en caída libre. Las percepciones de los asalariados mexicanos han perdido, a lo largo de los últimos 26 años y en un cálculo aproximativo, más del 70% del poder adquisitivo que detentaban a inicios de la década de los ochenta, cuando se impone el brutal neoliberalismo económico como patrón de acumulación hegemónico. Esto significa que hoy, para poder restituir el poder de compra de antaño, que nunca fue ni remotamente satisfactorio, apenas sería posible hacerlo, en la misma proporción al de aquella época, con incrementos salariales que tendrían que colocarse, en el orden de un 200%. Pero para ello hay que pelear conscientemente, organizarse y construir una duradera alianza económico-política de clase, independiente y autónoma, entre los trabajadores en lucha contra el capital en todas partes. Y sin embargo, bajo las condiciones actuales en que la patronal y la misma política económica neoliberal han fijado como tope salarial, un miserable 4.5%, cualquier demanda recuperadora del poder adquisitivo perdido durante el neoliberalismo, y que desde el frente laboral reivindican los poquísimos sindicatos comprometidos con una lucha seria en material salarial, le suenan a la patronal y al Estado y sus gobiernos de clase como reivindicaciones "enloquecidas", cuando apenas son medianamente lógicas y están muy por debajo de las necesidades reales del proletariado mexicano que ya no aguanta más.
En la coyuntura reciente, por ejemplo, la larga huelga en la Universidad Metropolitana, donde el SITUAM exigió 35% de incremento salarial, o como en el caso del conjurado apagón que condujo de antemano a la Compañía de Luz y Fuerza del Centro a preparar una anticonstitucional requisa que no fue necesaria (dado que la empresa concedió el pírrico 4.25%, que el sindicato flexibilizándose más allá de lo aceptable, negoció), justo cuando el SME solicitaba un incremento salarial del 16%, demuestra el accidentado escenario para una lucha de clase impostergablemente necesaria y urgente a favor del conjunto de los trabajadores mexicanos. Lo que revelan estas dos luchas es que, cualquier reivindicación salarial y sus respectivos movimientos huelguísticos, que se coloquen por encima del atrabiliario tope salarial impuesto por las autoridades del trabajo, la política económica dominante y la propia patronal, devienen instantáneamente en demandas políticas y así debieran tratarse desde el mundo del trabajo, a fin de conquistar una vasta alianza de clase desde el frente laboral, llamada a superar la galopante precarización del salario promedio del trabador mexicano y el propio estrangulamiento de la oferta laboral expresada en el desaforado crecimiento del ejército industrial de reserva, en tanto que el creciente desempleo se manifiesta ya, como un rasgo estructural del capitalismo mexicano en el dilatado inicio del siglo XXI. Los dos ejemplos que referimos arriba, por cierto, no son en modo alguno excepciones, sino que representan la regla general y el propio rasero con que los patrones y el reaccionario gobierno federal, están tratando a las distintas luchas obreras por romper el tope salarial y que, además, deben desbordar, en la mayor parte de los casos, dirigencias espurias, charras o burocratizadas, que están sirviendo más para disciplinar y doblegar a los trabajadores insumisos, que para representar y conducir sus luchas económicas, hacia la recuperación coordinada de la insurgencia sindical por mejores salarios, así como a la búsqueda de nuevas formas de organización y lucha (como por ejemplo los consejos obreros); y en lo político, al crecimiento de la movilización organizada tendiente a la creación de una situación política de ingobernabilidad y poder de veto social frente al poder, desde el frente laboral y las múltiples oposiciones revolucionarias que, desde abajo, en las organizaciones sociales, civiles y populares se generan contra el capital y su inaceptable política económica, diseñada para favorecer sólo a los poderosos propietarios. Se trata, en suma, de una lucha desdoblada en los dos planos antes referidos para la etapa actual del capitalismo maduro mexicano y su tendencia imparable hacia la reproducción ampliada de la dinámica de integración subordinada al nuevo (des) orden mundial, marcado por la excluyente globalización capitalista y que recrudece nuestra tradicional dependencia económica estructural al capitalismo maduro y desarrollado, si desde el abajo-social y el frente laboral no hacemos algo, pronto y ya, para evitarlo y crear nuevas posibilidades para la naciente y subversiva subjetividad revolucionaria que tanto se precisa madurar.
En estas condiciones, la lucha que diferentes expresiones de la clase obrera mexicana vienen dando en la actual coyuntura, como los compañeros despedidos de Gamesa (quienes enfrentan las atrabiliarias arbitrariedades de la empresa transnacional Pepsico), demuestran la pertinencia de su llamado constitutivo del Frente Único de Trabajadores (FUT), que el proletariado mexicano debiera recuperar y hacer suyo, como una orientación correcta para amplificar y fortalecer las luchas de la clase trabajadora contra el capital, desde abajo y a la izquierda. En este contexto, enarbolar la necesidad de tomar la iniciativa de la naciente insurgencia obrera que vienen dando importantes colectivos obreros (como los de Textiles Ocotlán, de Vidriera Potosí, de Yale Security, de Cananea, de Real del Monte, de Cafetlán, de Telmex, de los deudos de Pasta de Conchos y de la Cervecería Modelo, entre otros muchos ejemplos más), están demostrando que, más allá de intentonas limitadas y manipuladas como las de los Diálogos Nacionales que cargan en sus espaldas lastres contraproducentes como el charrismo y el corporativismo que desde la CTM, hasta la misma UNT limitan la lucha de los asalariados, hoy es perfectamente posible reanudar la marcha organizadora de la independencia y autonomíasindicales, como actual reivindicación político-gremial de los trabajadores, al lado de sus justas reivindicaciones salariales, para restituir las deprimidas condiciones de vida de los obreros y sus familias golpeadas por el agresivo cartabón neoliberal. La lucha económica a favor de una Escala Móvil de Salarios, por ejemplo, preparatoria de lo que debiera aspirar a madurar una Huelga Política Nacional contra el tope salarial y la precarización del salario mexicano, y la misma constitución, amplia e incluyente del Frente Único de Trabajadores (FUT) llamado a revocar las suplantadoras representaciones obreras, por fuera de las centrales patronales blancas y charras, tendrían que esgrimirse para un encuadre de intervención radical en el frente laboral, llamado a concretar el propósito de engrosar las filas contestatarias de la rebelde clase obrera mexicana, a la vez que fortaleciendo sus ligas y vínculos horizontales con los movimientos obreros revolucionarios que suscriban y reivindiquen las mismas demandas. Hacerlo así, supondría, de hecho, el mejor homenaje a los Mártires de Chicago caídos en lucha hace ya 122 años.