sábado, 16 de agosto de 2008

Jorge Gómez Naredo -Opinión-


JORGE GÓMEZ NAREDO

Una telenovela de controversia y tema electoral

Jalisco se ha convertido en escenario de una telenovela donde varios actores se diputan el papel principal. Todos salen a escena, gritan, quieren atención, desean establecer su preponderancia, decir, ufanos: “aquí yo mando”. Al primer actor se le conoce como “poder legislativo” o “Congreso”, el cual está conformador por diputados que elaboraron un reforma electoral donde desviaron (legalmente, claro está) millones de pesos a los partidos políticos. El segundo, pletórico de “gente bien”, podría denominarse el “club del progreso y el bienestar económicos”. Está conformado por un empresariado que amenaza con irse de Jalisco si se aprueban las modificaciones hechas por el poder legislativo. En un arranque de furia (y de sinceridad), dicho actor reclamó a su subordinado su incapacidad para poner orden en la casa. El tercer histrión, protagonizado por Emilio González Márquez, un día dice sí y el otro no. Este cambio de ideas quizá se deba a que todas las decisiones que toma están regidas por “la luz de la ética” y el deber con su “conciencia”.

El problema surgió cuando el poder legislativo decidió aprobar una ley que incrementó en 253 millones de pesos anuales los ya pingues presupuestos de los organismos políticos. Los miembros de la élite empresarial jalisciense dijeron no, declararon no, decidieron que no. Convertidos rauda e inconcebiblemente en luchadores sociales, “llamaron a la sociedad” a acompañarlos en la batalla para impedir el atraco a las arcas públicas. Este desenfreno justiciero fue matizado, prontamente, al saberse que esos ínclitos personajes de la vida económica, que tanto bien le hacen al pueblo, recibían de las mismas arcas públicas más de 200 millones de pesos en “subsidios”. Dicho dato no los inmutó. Como adalides de la honestidad y la equidad prosiguieron su lucha con ahínco.

Emilio González Márquez, el tercer actor, ha querido por todos los medios posibles congraciar al empresariado. Primero intentó vetar la ley y su falta de capacidad se lo impidió. Se enemistó con el Congreso, pero decidió establecer una tregua: como en las batallas épicas, llamó a la concordia, a la paz y la reconciliación, y ya entrado en amor (murmuraron las malas lenguas en su momento), cabildeó la creación de nuevas plazas a cambio de apoyar la aplicación de la millonaria reforma electoral. Por este rumor hasta se enemistó con el segundo actor, el empresariado, en especial con uno de sus líderes, Pablo Lemus. En un arranque de lacrimosa ternura, reclamó González Márquez: “¿En dónde está su amor al estado y su deseo de generar empleo aquí, para los jaliscienses? No, yo no me dejo presionar. ¡Pablo Lemus miente!”.

Sin embargo, dos días después, en el clímax de esta historia llena de congojas, el gobernador decidió siempre sí entablar la controversia constitucional, ya que, “estoy empeñado en hacer las cosas correctas, dentro de nuestras capacidades, y siempre sin desviarnos de los principios y valores que debe tener el servicio público”. Así pues, el empresariado logró su objetivo: el subordinado cumplió las órdenes.

Esta historia de telenovela sucede en Jalisco, y los actores están muy bien delimitados. Cada uno quiere preponderancia y mandar al otro. Por un lado, el Congreso, que no representa a la sociedad, sino a las élites de los partidos políticos. Por otro, el empresariado, que invierte cada tres años en las campañas electorales de sus nuevos subordinados y eso, piensa, le da derecho a ordenar. Por último, aparece González Márquez, que juega al sí y al no. No sabe qué hacer y cuando se decide a hacer algo, lo hace mal y a destiempo.

La cuestión aquí es preguntarse, ¿el pueblo de Jalisco, dónde queda?, ¿dónde la sociedad que dicen representar los diputados y el gobernador? González Márquez acata las ordenanzas de un empresariado voraz. A ellos sí hace caso, a ellos sí escucha, a ellos sí los ve. La mayoría de los diputados en el Congreso obedecen los mandatos de sus líderes partidarios y los defienden a capa y espada. Lo que verdaderamente demuestra este conflicto digno de cualquier telenovela es el fracaso de la democracia representativa en el estado. Porque, la sociedad, el pueblo, la gente de a pie, ¿dónde queda?, ¿dónde está su opinión sobre un tema tan importante como una reforma electoral y de participación ciudadana?, ¿dónde?