■ Miles de obradoristas repudian ante Hacienda inflación y carestía
Jaime Avilés
Ante las rejas de la Secretaría de Hacienda y (dicen) de Crédito Público, sobre la avenida Hidalgo, a espaldas de la Alameda y el palacio de Bellas Artes, la realidad se autodenuncia: grandes carteles verdes pintados con letras y números negros pregonan los precios de la vida real. Paletas de agua a 5 pesos, elotes a 10. Las cifras, de trazos descomunales, se mezclan con las pancartas y las banderas del mitin convocado por Andrés Manuel López Obrador contra la inflación y la carestía.
“Señores del gobierno y Televisa, bájense los sueldos”, demanda por encima de las cabezas una tela de algodón garabateada con grandes esfuerzos. Una manta de cabeza de indio, mucho más elegante, versifica: “rechaza este sistema feroz / que a todos nos tiene jodidos / pues deja los precios sueltos / y los salarios estreñidos”.
No es una concentración multitudinaria; no hay, desde la esquina de Valerio Trujano hasta Reforma, sobre avenida Hidalgo, más de 5 mil participantes. Bastarían para llenar la placita de toros de Texcoco, que cuenta con esa capacidad, pero lo cierto es que nadie se siente solo o desairado. Es lunes, la gente sale del trabajo y se agrega y poco a poco se multiplica; los jubilados, los desempleados, los enfermos que vienen de lejos en transporte público, llegaron mucho antes de las cinco.
“Acuérdense”, les propone López Obrador, desde la plataforma de un camioncito que aglomera a los miembros de su equipo de trabajo, al sonriente Alejandro Encinas, al flamante ex miembro del PRD Gerardo Fernández Noroña (a quien un coro grita: “Gerardo / valiente/ aquí está tu gente”), a las senadoras Rosalinda López Hernández y Yeidckol Polevnsky, al analista Antonio Gershenson, al diputado José Antonio Almazán y a muchos rostros más entre los que no se ven, sin embargo, el de doña Rosario Ibarra de Piedra ni el de Porfirio Muñoz Ledo.
“Acuérdense”, insiste en su discurso el “presidente legítimo” de México. “No éramos muchos cuando iniciamos el movimiento en defensa del petróleo, y miren lo que pasó.” La gente capta la indirecta y aplaude. Apenas el viernes pasado, cuando a la una de la tarde se supo que Felipe Calderón iba a estar en Palacio Nacional para promulgar las siete leyes de la reforma energética dentro de 180 escasos minutos, los teléfonos celulares de la resistencia empezaron a mandar mensajes antecedidos por la palabra “urgente”, y de inmediato se reunieron en el Zócalo por lo menos mil personas.
Así, dijo López Obrador anoche, va a volver a ocurrir con el movimiento en defensa de la economía popular: en el curso de los próximos meses, vaticinó, saldrán de nuevo a las calles millones, a seguir luchando contra los incesantes e injustificados aumentos de precios, comenzando por los de los combustibles. Y de otro que, a juicio de observadores bien enterados, pronto estará en todas las bocas y será causante de nuevas protestas: el de las absurdas e injustas tarifas de la luz, que el diputado del Sindicato Mexicano de Electricistas, José Antonio Almazán, abordó en una intervención previa a la del tabasqueño.
En 2004, “en una acción anticonstitucional”, recordó, Vicente Fox eliminó los subsidios al consumo popular de energía eléctrica, y estableció la tarifa DAC, o “doméstica de alto consumo”, que se convirtió desde entonces en la pesadilla de millones de pobres. No es posible, dijo el diputado, “que en una familia donde el ingreso mensual a lo sumo es de dos salarios mínimos, se pretenda cobrar cada bimestre miles de pesos”.
Además, abundó, Felipe Calderón prometió durante su campaña que desde la Presidencia bajaría las tarifas de la luz, el gas y la gasolina y, por el contrario, “no ha hecho más que aumentarlas pero, eso sí, ya congeló los precios de la energía eléctrica que consumen las grandes empresas; a ellos sí les cumplió la promesa”.
Durante su arenga, López Obrador se referiría en varias ocasiones al didáctico mensaje de Almazán, cuyo tema tal vez va a situarse en el centro de la política nacional en breve, pero no se atrevió a pronosticarlo. Antes de concluir aprovechó para citar al mitin del martes próximo frente a Televisa –adonde Marcelo Ebrard volverá quizá a hornear galletitas–, y se fue como de costumbre, entre coros que gritaban “es un honor luchar con Obrador”, mientras un anciano de acento catalán se desgañitaba con el puño en alto, vociferando: “¡qué vergüenza, no lo escuchen, está loco, está loco, pero si está loco!” Desde lo alto, más allá de la Torre Latino, la uña de la Luna que ha llegado a la ciudad con diciembre apuntaba desdeñosa hacia la Alameda.
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