John M. Ackerman
La breve escala que realizó Barack Obama en la ciudad de México la semana pasada constituye un mal augurio para el futuro de las relaciones entre México y Estados Unidos. Durante su reciente viaje a Europa, Obama dirigió discursos a plazas rebosantes de ciudadanos y sostuvo diálogos con diversidad de actores políticos y sociales. En contraste, en su primera visita a México el presidente estadunidense se limitó a reunirse a puerta cerrada y de forma apresurada con Felipe Calderón y su gabinete.
En un artículo publicado el año pasado en el Dallas Morning News, Obama prometió que de llegar a la presidencia las reuniones que sostuviera con su homólogo mexicano se desarrollarían con total transparencia y contarían con la participación activa de "ciudadanos, trabajadores, sector privado y organizaciones no gubernamentales". Sin embargo, esto no ocurrió la semana pasada. Los ciudadanos no pudimos incidir en la determinación de la agenda de trabajo y ni siquiera fuimos informados del contenido de las reuniones bilaterales.
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