MÉXICO, D.F., 25 de enero.- Una vez más el gobierno perredista del Distrito Federal y la Iglesia protagonizan una disputa de sordos. Ayer fue la despenalización del aborto; hoy, los matrimonios gays y la adopción. La mutua desconfianza que, desde el nacimiento del Estado laico, se tienen los integrantes de estas dos tendencias, los ha llevado a enfrentamientos extremosos. Entre la intolerancia de la institución clerical y el pluralismo sin matices de la izquierda liberal, la conclusión ha sido siempre la injusticia. En lugar de discutir, en el caso del aborto, el único punto en el que estaban de acuerdo –cómo reducir y, a la larga, evitar los abortos–, las descalificaciones de ambas partes terminaron por dirimir la cuestión mediante una posición de fuerza, la del Estado, y por la peor solución: la despenalización absoluta del aborto, sin ningún matiz. O sea que, fuera de la verdad científica –que en el fondo no es la verdad, sino un nueva forma de la tiranía, y que, al igual que la Iglesia, en el fondo tampoco sabe nada del misterio de la concepción– y de la tiranía del yo y sus derechos, no hay salvación.
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