Volvió Felipe Calderón, este miércoles pasado, a Ciudad Juárez. Dispendio inútil el suyo de, por supuesto, dineros públicos. Despliegue innecesario de miles de efectivos del Ejército y la PFP que mejor hubieran seguido persiguiendo narcos. Igual hubiera organizado Calderón la reunión (espectáculo-ritual presidencialista-talk show) en Los Pinos porque de todas maneras se trataba sólo de que el señor, tan enamorado de su propia imagen, se mirara en el espejo y recibiera la dosis de elogios y aplausos que le fue negada la semana pasada.
Más para restañar su ego que para mejorar —tarea imposible a estas alturas— su muy dañada, por sus propias pifias y excesos, “imagen pública” es que Calderón se embarca en esta nueva aventura propagandística. Plagia sin recato alguno, del zapatismo además, una consigna transformada en eslogan: “Todos somos Juárez”, y en una ciudad tres veces herida por las balas de los sicarios, la ineficiencia gubernamental y la calumnia contra los jóvenes victimados el 31 de enero, monta un ritual, que a estas alturas resulta, además de inútil, ofensivo. |