Obligado estoy a postergar, una semana más, la segunda entrega de “A mí Twitter no me da miedo”. Dejo pendiente un debate con Ciro Gómez Leyva quien, sin referirse a mi escrito donde, por cierto, lo mencionaba con nombre y apellido, habla de “esos viejos resentidos del 2006 que eructan las diatribas de costumbre”. Al tiempo que “me pongo el saco”, pido al lector paciencia y comprensión.
Imposible resulta ahora para mí, y luego de escuchar la entrevista que Carmen Aristegui hiciera a la mujer y los hijos de Marcial Maciel, no ocuparme en este espacio de los muchos crímenes —que no pecados— cometidos por ese hombre indigno y también por aquellos que sabiendo callaban y los otros muchos que, pese a la evidencia, no querían oír ni ver ni dejar que esos crímenes salieran a la luz.
El manto de impunidad tejido por sus “hijos” y “hermanos” de la Legión de Cristo, que hoy se dicen sorprendidos y contritos, por la alta jerarquía eclesiástica, cuya voz ni siquiera se ha alzado, permitió a ese hombre seguir destruyendo vidas.
Otro tanto hizo la influencia desplegada por sus muchos y muy poderosos amigos que le permitió sortear o callar las muchas acusaciones que, desde muy temprano en su carrera religiosa, le fueron hechas.
No se trata sin embargo, como dicen hoy los Legionarios, de esperar mansamente a que sobre Marcial —“que ya está frente al Señor”— caiga la justicia divina por su “conducta impropia de un sacerdote católico”, sino de exigir que el peso de la ley de los hombres, que ya no puede castigar sus delitos, caiga sobre sus cómplices.
Leer mas...AQUI
Imposible resulta ahora para mí, y luego de escuchar la entrevista que Carmen Aristegui hiciera a la mujer y los hijos de Marcial Maciel, no ocuparme en este espacio de los muchos crímenes —que no pecados— cometidos por ese hombre indigno y también por aquellos que sabiendo callaban y los otros muchos que, pese a la evidencia, no querían oír ni ver ni dejar que esos crímenes salieran a la luz.
El manto de impunidad tejido por sus “hijos” y “hermanos” de la Legión de Cristo, que hoy se dicen sorprendidos y contritos, por la alta jerarquía eclesiástica, cuya voz ni siquiera se ha alzado, permitió a ese hombre seguir destruyendo vidas.
Otro tanto hizo la influencia desplegada por sus muchos y muy poderosos amigos que le permitió sortear o callar las muchas acusaciones que, desde muy temprano en su carrera religiosa, le fueron hechas.
No se trata sin embargo, como dicen hoy los Legionarios, de esperar mansamente a que sobre Marcial —“que ya está frente al Señor”— caiga la justicia divina por su “conducta impropia de un sacerdote católico”, sino de exigir que el peso de la ley de los hombres, que ya no puede castigar sus delitos, caiga sobre sus cómplices.