…imposible saber a dónde vamos si no sabemos de dónde venimos…
Víctor Orozco
El Colegio de Médicos me ha invitado a impartir una conferencia sobre el tema al que se refiere el encabezado. Cierto que en una sesión o en breve artículo, se pueden ofrecer sólo algunos grandes trazos de los procesos ocurridos en nuestro país desde la conclusión de la independencia. Sin embargo, no dejan de ser útiles algunas reflexiones generales, algunas de las cuales hoy adelanto, pues la plática se desarrollará el próximo viernes en el auditorio del Hospital Ángeles, a las ocho de la noche.
Partimos de unas premisas legadas por el régimen colonial: idioma unificador, religión única, gran propiedad (latifundios civil y eclesiástico), clero y ejército dominantes, abismos sociales entre las clases, estancamiento demográfico, cultura y mentalidades de subordinación. Con este barro había que comenzar a edificar a la nueva nación. La guerra de independencia, con ser tan prolongada y de haber constituido una auténtica rebelión de masas –excepcional en Latinoamérica- dejó al menos tres grandes tareas pendientes: mantuvo intactos los poderes del ejército y del clero –y aún se vieron acrecentados- y tampoco afectó al gran latifundio, civil y eclesiástico. Las tres faenas históricas, habían sido perfiladas ya por varios lúcidos pensadores, por insurgentes y aún por las autoridades virreinales. De no ejecutarse, era imposible que la Nueva España y luego México pudiesen salir de la parálisis.
La siguiente fase, la construcción del nuevo país, implicaba algunos formidables desafíos: había que unificar y organizar los componentes dispersos, combatir la desigualdad y la pobreza, educar, promover y garantizar a las nuevas libertades, realizar el cambio entre súbditos a ciudadanos, sostener la independencia y conservar la integridad territorial. Demasiado por hacer, cuando al mismo tiempo estaban emergiendo al escenario las fuerzas sociales que podían ser las portadoras de los cambios, al tiempo que enfrentaban una guerra implacable de los viejos poderes. A medias se libraron todos estos retos. Los mestizos, ya para entonces la mayoría nacional, en los cuales se representaban los nuevos actores: rancheros y mineros independientes, profesionistas libres, comerciantes, artesanos se constituyeron en el soporte básico del nuevo Estado. Pero quedaron al margen las masas de indígenas otro de los ingredientes indispensables para construir el nuevo edificio. Nunca se pudo hacer gran cosa para disminuir la miseria y a los profundos abismos sociales. A duras penas se mantuvo la independencia, contando con que las clases altas nunca dejaron de conspirar para regresar al dominio de alguna católica casa real. Y ni que decir de la superficie con la que se comenzó: en 1836 se perdió Texas y en 1848 la Alta California y Nuevo México, que juntos representaban alrededor del 55% del total. En 1853, todavía se amputaron otros ciento veinte mil kilómetros cuadrados de Chihuahua y Sonora con la venta de La Mesilla.
Cuando la bandera de las barras y estrellas ondeó en el Palacio Nacional, justamente el día 16 de septiembre de 1847, varios se percataron que perdíamos no tanto por desventajas militares, sino porque carecíamos de un Estado. De hecho, el ejército de Estados Unidos estaba sufriendo una sangría que no tiene parangón en ninguna de las numerosas guerras internacionales libradas por este país: once de cada cien soldados enviados a México habían muerto por enfermedades o heridas de guerra. Para entender la relevancia del dato, conviene recordar que en la Segunda Guerra Mundial, este porcentaje apenas superó los dos y medio puntos. Así que más pronto que tarde el congreso norteamericano iba a ordenar el retorno de sus jóvenes, “cuyos cadáveres pavimentaban el camino de Veracruz a México”, como reclamaba uno de los diputados al presidente Polk. ¿Pero, como proseguir la guerra?. ¿Sin dirección política? ¿Con un gobierno incapaz de hacerse obedecer por los generales y los obispos –dueños unos de las armas y del dinero (y de las conciencias) los otros-?. Si aquellos se regresaban de sus puestos de combate para incluirse entre los promotores de golpes de Estado y éstos provocaban rebeliones cuando se intentaba afectar las gigantescas riquezas de la iglesia. En estas condiciones, se hizo imposible resistir hasta que los anglosajones se hubiesen agotado o se hubiesen tornado favorables las piezas en el tablero internacional.
De la guerra salimos tocando fondo. Unos sacaron la conclusión de que no había otro camino que buscar un salvador externo. La nación independiente que se pretendió fundar en 1821 no era viable, surgió de una especie de aborto histórico, se colegía. Y los directores de esta tendencia se aplicaron a buscar el auxilio de los monarcas europeos. Los otros, sabían que nada les esperaba, sino un destino de parias, en el caso de una restauración colonial. Así que arribaron a la conclusión de que había que construir, con lo que se tenía y a pesar de todo, a la nueva patria. Entretanto, los conservadores elevaron de nueva cuenta al inefable general Santa Anna y conformaron una dictadura clerical militar, como un mal transitorio, mientras se conseguía el protectorado extranjero. Pero, los liberales labraban en la dirección correcta: ya el horno no estaba para bollos coloniales. En 1854 comenzó la llamada revolución de Ayutla, orientada al principio por una tendencia moderada y dispuesta a los pactos. Pronto se desbordaron las aguas y se pusieron en la agenda los temas centrales: expropiación al clero, igualdad jurídica, educación pública y laica, separación de iglesia y Estado, sometimiento de los militares al poder civil y aunque con menos énfasis, fragmentación de la gran propiedad.
A esta profunda revolución que transitó por la guerra de Tres Años, quizá la más diáfana que se ha peleado en Latinoamérica, se le conoce paradójicamente como la Reforma. También se le puede distinguir porque puede hacerse su análisis a partir del orden jurídico que puso en acto. No conozco otro proceso explicable con claridad a partir de las leyes expedidas por el gobierno revolucionario en el curso de la contienda. Casi como un catálogo preciso de tópicos: Ley Juárez, para comenzar la supresión completa de los fueros eclesiástico y militar, Ley Lerdo para obligar a la venta de las propiedades inmuebles de las corporaciones a los arrendatarios, Ley Iglesias para prohibir la coacción para hacer cumplir los votos monásticos, Constitución Federal de 1857, que establece un acabado sistema de libertades públicas, Ley del Registro Civil, del Matrimonio Civil, de Secularización de los cementerios y finalmente la joya que corona la obra: Ley de Libertad de Cultos, el 4 de diciembre de 1860. Faltarían otros ordenamientos de mencionar desde luego, en esta portentosa construcción jurídico-constitucional.
¿Por qué no se pudo alcanzar un acuerdo en estos años?. Pienso que alguna transacción se hizo imposible por la intervención de fuerzas externas, principalmente de la corte del Vaticano, pero también de otras europeas. Y, básicamente porque parecía un diálogo de sordos: ante los argumentos terrenos de los liberales, se ofrecían razonamientos divinos, ante la demanda del estado laico, se quería el estado confesional, ante la libertad de cultos, la religión única, ante la necesidad de poner en circulación los bienes del clero, la intocabilidad sagrada de los mismos, etcétera, etcétera.
La reforma liberal tuvo al final efectos trascendentes: estableció el Estado mexicano de una vez por todas y lo descargó del dogma religioso así como de la tutela militar. Expropió los bienes al clero y con ello impulsó con fuerza la formación de una nueva clase de propietarios. Fue emancipadora: abrió paso a las libertades de mujeres, de religiosos compelidos a cumplir con el voto, de los sirvientes contratados o enganchados de por vida en las haciendas o la minas. En fin, constituyó un tranco gigantesco en el tránsito de una sociedad de súbditos a una de ciudadanos. De aquí emergió triunfante y por fin la nueva nación.
Carezco por ahora de espacio para abordar las otras etapas comprendidas en la charla. Las dejo en reserva para una nueva colaboración.