¡Qué vergüenza! Sí vergüenza ajena en el pueblo ante nuevas condenas al país, mientras los verdaderos responsables esconden la cara en el conocido y cansado discurso del triunfalismo a ultranza.
Teodoro Rentería Arróyave
Está a punto de terminar este dramático, caótico, complicado, desastroso en todos sentidos año de 2010, y nos llegan nuevas condenas, dicen o especifican a México; si los organismos internacionales dejaran el lenguaje diplomático, desde luego que en muchas ocasiones con el adecuado, afirmarían directos que son condenas al gobierno en turno.
Se podría alegar en formar convenenciera que muchas de las condenas son de acciones, decisiones y actos repulsivos de años anteriores, lo único que debe de ubicarse o mejor dicho identificarse es al gobierno que recibe la condena.
Inadmisible por tanto que se condene en forma generalizada a México, cuando el pueblo en su inmensa mayoría no sólo es ajeno a lo que prohíjan esas censuras o internacionales sino que además es la víctima inmediata de los actos que se reprueban.
En plena fiestas decembrinas, cuando nos preparábamos para abordar temas amables, nos llegan estas vergonzantes y vergonzosas censuras, claro para todos nosotros no para los directamente responsables que con el discurso manido del triunfalismo no son capaces de aceptar sus errores, pero eso sí son muy buenos para repartir culpas.
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Se podría alegar en formar convenenciera que muchas de las condenas son de acciones, decisiones y actos repulsivos de años anteriores, lo único que debe de ubicarse o mejor dicho identificarse es al gobierno que recibe la condena.
Inadmisible por tanto que se condene en forma generalizada a México, cuando el pueblo en su inmensa mayoría no sólo es ajeno a lo que prohíjan esas censuras o internacionales sino que además es la víctima inmediata de los actos que se reprueban.
En plena fiestas decembrinas, cuando nos preparábamos para abordar temas amables, nos llegan estas vergonzantes y vergonzosas censuras, claro para todos nosotros no para los directamente responsables que con el discurso manido del triunfalismo no son capaces de aceptar sus errores, pero eso sí son muy buenos para repartir culpas.