presidente electo. Con precipitación torpe, evidente abuso de las formas y rudeza innecesaria con atisbos de burla, los magistrados desecharon todas las impugnaciones presentadas. De manera legal triunfó la imposición. Y, como hace seis años, asistimos a la coartada de la legalidad y a un obsceno ejercicio de autobombo. A una nueva parodia institucional con actores de cuarta; a otro episodio de la política como espectáculo.
Con su inequívoco mensaje orwelliano, los magistrados volvieron a  ratificar que se puede ganar con trampas y a la mala, y el perdedor debe  acatar los resultados en nombre de la democracia
 y la unidad nacional
,  so riesgo de ser catalogado como violento, orillado al margen de la ley  y criminalizado. Lo novedoso, en la coyuntura, fue que Alejandro Luna  Ramos y su patota de leguleyos por consigna tuvieron que actuar como un  escuadrón de escarmiento. Su víctima principal: Andrés Manuel López  Obrador, el enemigo oficial. También quedó claro que la misión del  tribunal era consumar el asalto de la Presidencia y poner a la chusma aturdida
 (Chomsky dixit)  en su lugar. Es peligroso que el pueblo conozca su propia fuerza y  quiera autodeterminarse. La mayoría debe resignarse al consumo de  fantasías e ilusiones, no participar. La participación es deber de los hombres responsables
.  De allí que fuera la de estos jueces de barandilla una operación de  adoctrinamiento y de control del pensamiento. Expertos en artimañas, con  argucias baratas utilizaron la ley como instrumento particular de la  dominación hegemónica. ¿Objetivo? En la transición, intentar mantener a  raya a la vociferante y terca multitud, encarnada en Morena y el  movimiento #YoSoy132.
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