Carlos Fazio
En su Breviario de podredumbre, Cioran decía que
la diferencia entre la inteligencia y la estupidez reside en el manejo del adjetivo, cuyo uso no diversificado constituye la banalidad. En los últimos meses, el trivial discurso público oficial −demagógico, manipulador y viciado de origen− en torno a la contrarreforma energética desnacionalizadora y la profundización de la desarticulación/privatización de Pemex, que llama a superar
dogmas,
tabúesy
atavismos ideológicosen torno al régimen legal de la paraestatal, para modificar los artículos 27 y 28 constitucionales, ubicaría a Enrique Peña (Ejecutivo), Luis Videgaray (Hacienda), Joaquín Coldwell (Energía), Emilio Lozoya (Pemex) y César Camacho (PRI) en la categoría utilizada por Hannah Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén: un informe sobre la banalidad del mal.
Esto es –más allá de las diferencias obvias entre el régimen
hitleriano, el mando medio nazi encargado de organizar el transporte de
prisioneros a los campos de exterminio humano planificado–, el México
actual y los funcionarios priístas de marras como personajes que no han
reflexionado sobre las consecuencias de sus actos e impulsan males para
la sociedad mexicana (la contrarreforma energética y la privatización de
Pemex), al acatar órdenes de los amos de la economía neoliberal
trasnacionalizada, de manera sumisa y obediente.
Aunque cabe aclarar que más allá de la falta de inteligencia y capacidad de reflexión manifiesta de alguno de los funcionarios
modernizadorescitados, todos aplicarían como comisionistas de lo que el Nobel Joseph Stiglitz llama
empréstitos de sobornización, ligados a los programas de
ajuste estructuraly lo que falta de las
reformasneoliberales promovidas por el Tesoro estadunidense y sus perros guardianes, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Interamericano de Desarrollo. Ergo, como Salinas, Zedillo, Fox, Calderón, Gurría, Herminio Blanco et al, todos van por la lana. Y para eso les sobra inteligencia, como denota la picaresca delincuencial priísta del Pemexgate, el Monexgate y el Sorianagate.
En materia de energía (hidrocarburos, electricidad, agua), el equipo
peñista no hace sino continuar y profundizar los afanes privatizadores
neoliberales desatados en el gobierno de Miguel de la Madrid, cuando
irrumpieron la ideología del mercado total y la dictadura del
pensamiento único de la mano de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Hoy,
la
puesta al díadel viejo/nuevo PRI −como señaló en estas páginas Javier Jiménez Espriú− pasa por cambiar
los dogmas de la Revolución y la expropiación petrolera, por los dogmas del FMI y el Banco Mundial; con Barack Obama presionando desde la Oficina Oval, como lo hicieron antes Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo, desde que en 1979 la asesora de inversionistas de Wall Street, Blyth, Eastman & Dillon, planteó, de cara a las convulsiones en Medio Oriente, que
procedía integrar los vastos recursos energéticos de América del Norte (Canadá, Estados Unidos y México)al aparato económico, político y militar estadunidense,
mediante un sistema eficiente de distribuciónenergética y una suerte de
mercado común(ver
Petróleo, trabajo, despojo, John Saxe-Fernández, La Jornada, 15/11/12).
En la coyuntura, la docilidad y obediencia del equipo
gubernamental a los dictados del capital trasnacional −con el aval
subordinado del Consejo Coordinador Empresarial y los integrantes
locales del Comité Ejecutivo Bilateral México-Estados Unidos para la
Administración de la Frontera en el Siglo XXI−, está amarrada a los
candados y objetivos del ambiguo Acuerdo sobre yacimientos
transfronterizos, suscrito por Obama y Felipe Calderón en febrero de
2012, que persigue de facto la incorporación del petróleo y gas natural mexicanos a la
seguridad energéticaestadunidense, y de Norteamérica como perímetro espacial geopolítico que subsume a Canadá y México bajo el paraguas de Washington; con la participación activa del ex embajador en México, Carlos Pascual, actual coordinador de Asuntos Energéticos del Departamento de Estado.
Presiones a las que se sumó en su campaña presidencial el candidato
republicano derrotado, Mitt Romney, y en enero último su correligionario
Richard Lugar, el senador de mayor rango en el Comité de Asuntos
Exteriores, quien vio una
ventana de oportunidadpara la norteamericanización de la energía, en las contrarreformas anunciadas por Enrique Peña en Washington y Europa antes de su toma de posesión.
Pero también, en el marco de la ahora llamada
geopolítica del gas esquistopromovida por el propagandista Robert Kaplan desde el portal de Stratfor, las voraces presiones de los principales tenedores de bloques accionarios de corporaciones como la mayor petrolera del mundo Exxon-Móbil –entre ellos Citigroup, dueño de Banamex−, para que Pemex abra la explotación del gas shale y el petróleo no convencional de Chihuahua, Sabinas-Burro-Picachos, Burgos, Tampico-Misantla y Veracruz a compañías privadas. Vinculado a lo anterior, en una operación propia del
capitalismo de compadres, destacan las labores de cabildeo del CEO de Exxon, Rex Tillerson, y las promociones de los hermanos Medina Mora: Eduardo, ex titular de la PGR, nombrado embajador en Washington, y el banquero Manuel designado copresidente de Citigroup para México y América Latina.
En ese contexto, luego de la explosión ocurrida en el complejo
administrativo de Pemex el 31 de enero, mientras se dilucida si fue
accidente, imprudencia o atentado, no está de más alertar sobre una
eventual intentona priísta de aplicar la doctrina del shock utilizando la tragedia. Sería una típica jugada del
capitalismo del desastre, como lo llama Naomi Klein: que a partir del estado de shock y trauma colectivo provocado por las muertes se buscaran impulsar las
modernizaciones planeadaspara darle otra oportunidad al… mercado.
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