Luis Linares Zapata
Calderón, presidente del oficialismo, lo ha repetido en cuanta ocasión y foro están a su entera disposición (ampliados, claro está, por una acrítica, intensa difusión). Siempre con fingido coraje para negar sus intenciones básicas: transferir al capital privado parte sustantiva, que sería creciente, de la renta petrolera. Además, pretende con sus reformas hacer partícipes a las empresas internacionales de la rentabilidad de una buena porción de la industria petrolera, ya sea en refinación, transporte y petroquímica, básica o secundaria. A pesar de sus deprimidas condiciones en las que, por irresponsabilidad, se ha situado a Pemex, los montos de sus rendimientos en la cadena petrolera están fuera de duda. Así, Calderón se ha convertido en un agente de subasta y colocación, entre los negociantes internos y del exterior, de las partes sustantivas del enorme negocio petrolero.
Por eso ha viajado ataviado con promesas e invitaciones a los extranjeros y ha sido recibido con tantas fanfarrias. En cada tribuna ajena, con ambiciones pulcramente adornadas, propone la generación de un ambiente que reciba, con retornos asegurados, sus masivas inversiones en la industria petrolera y en la energética en general. Pemex, la CFE y demás formas alternas de energía son el campo propicio que ahora entrevé Calderón para que vengan los salvadores de esta angustiada patria de los mexicanos.
A pesar de abiertas evidencias, Calderón, subordinados, socios y asesores siguen negando sus intentos por privatizar Pemex. Afirman que no se venderá ni un solo tornillo de Pemex, como si algún tonto buscara adquirirlo. Sus palabras tropiezan, y de manera por demás torpe, con la inteligencia del auditorio que las escucha.
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