Se agota el plazo. Inexorables van cayendo los últimos granos en el embudo del reloj de arena. Así, el Debate sobre la Reforma Energética que mantiene entretenidos por estos días con su rica diversidad a los usuarios del Senado de la República se acerca a su culminación.
La hora de las definiciones va llegando y la “objetividad” de las televisoras comerciales lo evidencia por su desaforado intento de lavarnos el cerebro.
Coincidentemente, entretanto, mientras merienda dentro de la modesta cocina, un papá común y corriente, flanqueado por su mujer, habla con el tono de un experto macroeconomista a su compadre en la mesa familiar, sobre las bondadosas repercusiones financieras que cambiar la Constitución con respecto a PEMEX acarreará.
Un poco después, dándose aires, desde la autoridad adscrita al salón de clases donde preside, un profesor con pinta de los que mantienen en el atraso a la educación pública –probablemente recién afiliado al Partido Nueva Alianza de doña Elba E. Gordillo–, en el mejor estilo patentado por Georgina Kessel contra el engaño, nos reconviene contra éste y detalla el País de las Maravillas que sobrevendrá a Leer cualquier Alicia tras la apertura de la paraestatal a la inversión privada que propone el presidente –léase su “venta de garage” a las transnacionales de Dick Cheney y los Bush.
Inesperadamente, el Partido del Trabajo nos recuerda las mentiras históricas que enmascararon el malbaratamiento de Telmex a los prestanombres y a Slim; la mentirijilla que nos enjaretó el maloso Ernesto Zedillo para entregar Ferronales y hacerse socio de la ferroviaria transnacional norteamericana del Pacífico; el megafraude del Fobaproa para salvar a la banca nacional de “banqueros” (como Roberto Hernández y Cabal Peniche) que hicieron luego pingües negocios vendiéndola a los tiburones internacionales. Pero sólo dura un parpadeo; es una golondrina que no hace verano.
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