Horizonte político
José A. Crespo
Como es ya costumbre, diversas casas encuestadoras levantan un sondeo en la víspera de cada Informe presidencial para palpar cómo está percibiendo y evaluando la ciudadanía la gestión del gobierno federal. Los indicadores disponibles, medidos por estos ejercicios, reflejan casi todos una baja en la imagen pública de Felipe Calderón. Desde luego, deben verse con cuidado estos números, pues muchas veces la ciudadanía emite una buena calificación general, pero a la hora de desglosar aspectos concretos del desempeño, las cosas ya no se ven tan bien. Así le ocurrió a Vicente Fox, quien mantuvo calificaciones elevadas durante todo su gobierno, siempre y cuando no se fijara uno en la evaluación particular de su desempeño (o no se explicaría su derrota en los comicios de 2003). Algo parecido sucede con Calderón. Su calificación en general se mantiene por arriba del seis con pocas variaciones (la que se considera buena, aunque no excelente). Pero en el momento de preguntar aspectos concretos del desempeño, el panorama se mira menos halagüeño. Si tomamos como referencia la encuesta nacional levantada (en vivienda) por Reforma (1/sep/08), se constata dicha tendencia. Su calificación bajó en un año de 6.8 a 6.6. Prácticamente igual. Pero la percepción ciudadana al aterrizar a las políticas públicas es menos optimista. Los puntos bien valorados se concentran en salud y programas sociales. Sin embargo, y un poco en contradicción con lo anterior, el combate a la pobreza perdió seis puntos de opiniones favorables, de diciembre de 2007 a la fecha. En seguridad pública, quienes opinaban favorablemente pasaron de 44 a 34% en el último año. Y quienes creen que las cosas no van bien, se incrementaron de 28 a 45 por ciento. Es decir, la mayoría valoraba bien esta política en 2007, pero ahora ocurre lo contrario. Y no se diga en lo referente a la estrategia contra el narcotráfico: el año pasado todavía 53% la aplaudía, frente a sólo 24% que la cuestionaba; hoy la valora sólo 34% de los entrevistados, en tanto que 48% la ve mal (es decir, quienes la cuestionan crecieron al doble en este año). Por lo visto, la consigna oficial de que “vamos ganando aunque no lo parezca” no resultó muy convincente. Pero si no hay un golpe de timón en ese esquema, ¿cuántos ciudadanos la seguirán evaluando bien el año que viene? ¿Cuántos, al finalizar el sexenio? Claro, a menos que la presunción de que el incremento de la narcoviolencia preludia una buena cosecha de éxitos, sea correcta. Pero mucho me temo que no es así.
Aunque la seguridad sigue siendo la preocupación más importante de la ciudadanía, que ubica a la economía en segundo sitio, es al valorar este rubro donde se ve un descenso de apoyos más espectacular. Durante el Primer Informe de Gobierno sólo 14% de la población consideraba que la economía había empeorado; ahora eso piensa 38%, es decir, se triplicó el número de los inconformes. 70% de los entrevistados dice estar pasando por un mal momento en materia económica. Y quienes aprecian la política gubernamental para fomentar el empleo ya no son mayoría, como sí lo eran hace un año. Y cómo no, cuando la economía no está nada boyante, si bien sabemos que la responsabilidad de ello no es exclusivamente del gobierno federal, sino que intervienen también variables internacionales, como la crisis de Estados Unidos que inevitablemente nos afecta.
Vienen finalmente algunos temas de política interna: quienes creen que Calderón la ha manejado bien descendieron de 34 a 28 por ciento. Y en cuanto al combate a la corrupción otra vieja oferta panista, desechada muy pronto quienes creen que se ha manejado bien pasaron de 30% (un nivel de suyo bajo) a 25% en el último año. Y es que, con toda razón, el ciudadano puede preguntar, ¿a quién ha llamado a cuentas Calderón? A nadie, literalmente. ¿Por qué no lo ha hecho en torno al tráfico de influencias de Marta Sahagún, de cuya voracidad a nadie se engaña ya? ¿Por qué no llamar a cuentas a Mario Marín, Carlos Romero Deschamps o Elba Esther Gordillo, en vez de invitarlos a firmar un “acuerdo por la legalidad”? Pues porque para Felipe los compromisos políticos son más importantes que la transparencia, la rendición de cuentas y, en suma, la democracia. Felipe se defiende alegando que no hay delitos que perseguir en esos casos y que no puede inventarlos. Vaya forma de evadir sus compromisos. Por todo lo cual, y de manera explicable, quienes le conceden credibilidad a Felipe pasaron de 54 a 44% en este año.
Muestrario: En entrevista radiofónica ofrecida por Felipe Calderón, a propósito de su fantasmal II Informe de Gobierno, y ante la pregunta de qué podría decirles a todos esos mexicanos que no avalaron su triunfo electoral en 2006 (alrededor de 50%, según todas las encuestas), qué lazo podría tirarles para intentar una reconciliación, respondió que se trata de mexicanos autoritarios, contrarios a la democracia, porque en ésta se sabe ganar y se sabe perder. Cierto, pero cuando se gana debe hacerse con todas las de la ley, con todos los elementos en la mano, con certeza jurídica y plena transparencia. Transparencia que el propio Calderón no quiso propiciar según lo reconoció en su momento por no saber a ciencia cierta lo que contenían los paquetes electorales y ante el riesgo de que su precario triunfo se le escurriera de las manos. Así, a los millones de mexicanos que tenemos razones para dudar de que Calderón ganó la Presidencia de manera inequívoca e incuestionable, éste nos declara antidemócratas. Exactamente lo mismo decían los priistas de los panistas, cuando éstos cuestionaban los “inobjetables” triunfos del tricolor.
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