Víctor M. Toledo
Cuatro décadas. Cuatro ráfagas que sin querer dejaron huellas indelebles y eternas. Y la memoria sigue viva. Y el recuerdo sigue latiendo como el corazón de un gigante. No obstante que fui actor, testigo y propulsor de ese movimiento civil y político, casi nada escribí sobre el 68, salvo un ensayo político literario publicado un año después en la Revista de la Universidad de México, y dos poemas que Marco Antonio Campos incluyó en una antología en 1980. Lo que sí dije siempre, con orgullo y pasión, es que formo parte de “la generación que levantó los adoquines del mundo”, no sólo para mirar al mar, sino para volverlo eterno. Tan estremecedores fueron esos días, que al igual que muchos otros quedé atado, y para siempre, a una generación, a un sueño, a un compromiso, a un nacimiento y a un comienzo de historia. Hoy, 40 años después, me siguen resonando las manifestaciones silenciosas, las huidas de la represión del ejército, la fuerza de nuestras voces jóvenes formando un entramado indestructible, las asambleas efervescentes, nuestro derecho a cuestionar.
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