Lydia Cacho
Plan B
El viento frío de las calles de Londres mueve las pancartas de los cientos de personas en la marcha. Con cada consigna las palabras tibias saltan acompañadas de una pequeña nube. Las y los trabajadores exigen a su gobierno priorizar la contratación de personas inglesas antes que a otras de la Unión Europea. Su ministro de Economía se opone, pues asegura que de hacerlo, romperían los acuerdos con el resto de los países del continente.
Muy cerca, en Francia, dos millones y medio de personas salen a las calles a reclamarle a Sarkozy que haya utilizado sus impuestos para blindar a los bancos, a pesar de que tuvieron ganancias este año. En España grupos de trabajadoras y obreros se unen para exigir medidas de protección al trabajo. En Estados Unidos millones de pobres sueñan con que Obama les escuchará. En Davos, a las afueras del búnker en que los líderes de diversos países debaten la crisis económica mundial y las complejidades de una globalización desarticulada, miles de representantes de organizaciones civiles del mundo insisten en ser escuchadas; el argumento principal es que no se puede discutir una crisis económica sin tomar en cuenta la crisis de desarrollo social.
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