Marcos Chávez
Si algún crédito le quedaba a los escombros del sistema político mexicano –cuando las elites, para asegurar la continuidad del régimen sin cambios cualitativos, obligaron a los priistas a entregarles la administración a sus hermanos siameses–, la derecha confesional se ha encargado de convertirlo en polvo.
Con Vicente Fox y Felipe Calderón, la pérdida de credibilidad y legitimidad del sistema, sus instituciones y sus responsables alcanza tal magnitud que hasta la propia oligarquía, que en mala hora decidió encumbrarlos, trata a los panistas con desconfianza y desprecio, debido a su incapacidad para enfrentar la crisis política y económica que unos y otros han provocado y profundizado con sus desmesuras. Además, su percepción del grado de descomposición del régimen, el riesgo que esa situación pueda estimular el desborde social, sus desacuerdos ante las medidas que deben adoptarse para tratar de sacar al país del abismo en que se hunde irremisiblemente ante el autismo calderonista, y sus esfuerzos por tratar de obtener mayores beneficios a costa de ellos mismos y de las mayorías, ha fracturado la precaria unidad de las elites y llevado a un enfrentamiento intestino.
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