Marcela Gómez Zalce
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El carácter de cada hombre, mi estimado, es el árbitro de su fortuna. Comienza la infectada semanita con la novedad del nuevo virus de influenza porcina, que trae al mundo entero en alerta y a varios países con las alarmas sanitarias encendidas. México, again, es epicentro internacional de malas noticias, y la agitada capital está paralizada en todas sus actividades de entretenimiento, recreación y diversión, además de percibirse un ambiente en varios estados de psicosis, inquietud y nerviosismo ahora, con Hidalgo y Querétaro sumándose a la suspensión de clases.
Lo interesante ante los volátiles acontecimientos —que serán punto de quiebre para los gobiernos estatales y federal— que se están moviendo con extraordinaria rapidez, my friend, es la simpática cadena de cuestionamientos que están saliendo a relucir ante la original epidemia que ha golpeado a los jinetes de la tormenta (¿del Apocalipsis?), que ahora enfrentan otro ángulo de la peligrosa, perdón, emocionante adversidad.
Sobre todo con el asunto de los singulares tiempos para informar el delicado brote, cuyos primeros casos están registrados en diciembre del año pasado en el municipio de Perote, Veracruz, y en Oaxaca el 13 de abril, originando que desde Colombia se señalara que las autoridades mexicanas actuaron tarde al dejar pasar el tiempo antes de encender los focos rojos y emitir la mentada alerta internacional… lo que devela, amable lector, la cruda realidad del México rezagado, de la pobreza, de la omisión y negligencia de autoridades municipales, estatales y federales y peor aún, la ineficiencia del sistema de vigilancia epidemiológica.
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