Pablo Gómez
Iztapalapa ha creado su propia simbología, pero no hablamos del mundo prehispánico ni de la crucifixión de cada año, sino de la lamentable situación política de México. Una lucha de muchos años, encabezada por Clara Brugada, desde que la gente por ella dirigida se defendía de policías y líderes priistas en favor del derecho a la vivienda, al agua, al trabajo, a la cultura, a la libertad de asociación, hasta que llegó el día en que había que luchar por convertir la administración pública local en un instrumento de la política y de la ética. ¿Cuántos años? Más de treinta.
Hoy los símbolos de Iztapalapa son los mismos: un tribunal en prevaricato, unos políticos facciosos, una dizque oposición panista que advierte que jamás admitirá que Clara llegue a la jefatura delegacional si acaso se obtiene la mayoría por vía del PT y, finalmente, una dirección nacional del PRD que no defiende a su propio partido de la arbitrariedad y el atropello.
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