Ps reunionocaes del Consejo Nacional del Partido de la Revolución Democrática han sido esperadas con tanta expectación como la reciente —viernes y sábado anteriores—, pues ella debía examinar las causas y los efectos del fracaso de la dirección encabezada por la “corriente” Nueva Izquierda y su dirigente, Jesús Ortega, en la última campaña electoral. Mas el acto no respondió a esa expectación, pues ninguno de los objetivos que tenía planteados se alcanzaron.
No aprobó la convocatoria al congreso nacional anunciado para diciembre, no eligió al coordinador del grupo parlamentario, no trazó las líneas fundamentales de la refundación del partido, no llegó a definir los orígenes del fracaso electoral e incluso se negó a discutir la propuesta de cambiar las normas de elección de los delegados al congreso (nos impondrían los mismos del congreso anterior, con mayoría de Nueva Izquierda y aliados). Ni siquiera decidió una cuestión como la ratificación de Jesús Ortega como presidente del partido, puesta por éste como problema central en su informe, pues lo único votado por el consejo orteguista —en ausencia de los consejeros de Izquierda Unida, que abandonaron la sesión— fue el rechazo a mi propuesta de que el pleno lo emplazara a renunciar y, si no lo hacía, suspenderlo hasta el congreso.
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No aprobó la convocatoria al congreso nacional anunciado para diciembre, no eligió al coordinador del grupo parlamentario, no trazó las líneas fundamentales de la refundación del partido, no llegó a definir los orígenes del fracaso electoral e incluso se negó a discutir la propuesta de cambiar las normas de elección de los delegados al congreso (nos impondrían los mismos del congreso anterior, con mayoría de Nueva Izquierda y aliados). Ni siquiera decidió una cuestión como la ratificación de Jesús Ortega como presidente del partido, puesta por éste como problema central en su informe, pues lo único votado por el consejo orteguista —en ausencia de los consejeros de Izquierda Unida, que abandonaron la sesión— fue el rechazo a mi propuesta de que el pleno lo emplazara a renunciar y, si no lo hacía, suspenderlo hasta el congreso.