El primer golpe de estado en América Latina desde la asunción de Obama ha enfrentado a la Casa Blanca con un problema complicado: no puede menos que condenarlo públicamente, pero no quiere una Honduras vinculada a Venezuela. Así, incurre en maniobras de diverso color para conciliar los dos propósitos: la primera fue descargar en la OEA la responsabilidad de negociar entre el depuesto Zelaya y el usurpador Micheletti. El segundo paso consistió en pasarle el encargo a Óscar Arias, amiguísimo de todo lo estadunidense empezando por su gobierno, cualquier gobierno.
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