A México le urge tener una ciudadanía protestadora. Frente a los manejos sucios de muchas figuras políticas, y cuando los partidos muestran una patética y denigrante reiteración de corrupciones con tal de ganar las elecciones, los ciudadanos manifiestan su decepción o indiferencia. Pero la ciudadanía, frustrada por la falta de expectativas políticas, pocas veces elige la incómoda vía de protestar públicamente. Por eso los ciudadanos resultamos más que los destinatarios del desastre político: también somos sus principales sostenedores. Es cierto que faltan espacios para la reflexión colectiva y para un debate público que recoja las inquietudes y propuestas de la ciudadanía. Pero también hay otra cosa, algo así como una dificultad cultural para expresar públicamente la indignación que se siente
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