Ladillas
Diario del Intestino de Un Secretario de Hacienda – La Mierda Aguada
Por el Lic. Mefistófeles Satanás
El cerebro me llamó y me habló golpeado. “¿Por qué chingaos andas mandando pura mierda aguada?”
“No es mi culpa, carajos. El estomago me la está pasando llena de bilis. No es mi culpa que al gordo le haya dado una putiza Di Constanzo. Ni metistes las manos cabrón.”
“Esos son detallitos,” contestó todo amoscado el cerebro. “Yo quiero saber cuándo chingaos va a acabar la diarrea. El gordo se la pasa en el trono todo el tiempo.”
“La puta diarrea es lo de menos,” dijo el corazón. “Yo todavía no me siento bien.”
“¡En la madre!” dijimos todos los órganos al unisonó.
“El gordo está mejor ahorita en el trono cagando que en su despacho,” concluí. “Te sugiero, cerebro, que no dejes que vaya a la oficina. Mejor que se quede en casa y que digan que está ‘malito’.”
“Si, sugiero reposo absoluto,” dijo el corazón.
“Y por lo que toca a la mierda aguada, yo pienso que esto se normaliza para mañana,” anuncie.
“Por mí no hay bronca,” dijo el culo, “mientras el gordo no coma chile de árbol no hay purrun.”
“¡Cállense cabrones!” dijo el cerebro. “El gordo acaba de recibir una llamada de Pedro Picapiedra. Les pondré el audio.”
Oímos la voz de Picapiedra. “….y me puso una putiza a mi también…”
“Noroña no respeta,” dijo el gordo. “Lo peor es que tienes que aguantarte sonriendo como pendejo mientras te hace ver como un pendejo.”
“Verme como pendejo es lo de menos,” contestó Picapiedra. “Ya con ser parte de este gobierno quedare identificado como tal. No, la bronca es que me llenó tanto el buche de piedritas que he estado cagando aguado.”
“¿Tu también? ¡Jijos! Ya somos dos.”
“El médico me dice que ayune pero tú y yo, Aguspig, somos de buen diente.”
“Mejor tomate un desayuno lait. Tú sabes, en lugar de diez huevos rancheros solo te comes cinco, en lugar de una docena de tamales, come solamente seis, una cochinita pibil en lugar de dos, y solo un kilo de pan dulce. Ah, y mucho yogur. Quesque eso ayuda.”
“Pos lo intentare. Pero la bronca es, Aguspig, que ¿Cómo nos quitamos esta humillación?”
“Bueno, no salió en los noticieros.”
“¡Por supuesto que no! Le dije al pendejo de Emilito que ni se atreviera a mostrar ni un segundo de todo esto. Pero la bronca es que los videos de las putizas están en el youtube.”
“Chales. El internet ni los chinos lo pueden controlar. ¿Y Jelipe que ha dicho?”
“¿Pos que va a decir? Ya tiene tres días borracho. El cabrón ni siquiera agradece que fuimos ahí de carne de cañón y él no tuvo que presentarse. ¿Te imaginas la putiza que le hubieran puesto entre Noroña, Porfirio, y Di Constanzo? Y el informe se tiene que transmitir en vivo. Tendríamos que estar filtrando la señal.”
“Jijos,” concluyó el gordo, “¡Uff! ¡De la que se salvó Jelipe! A ver si no cambian la ley y lo obligan a ir el próximo año.”
“Pos ojala que lleguemos al próximo año, gordo. A como se ven las cosas, lo dudo.”
Ya que el gordo colgó, el cerebro lo acostó y más o menos se fue normalizando la cosa.
“¡Trabajan las cochinitas pibil del desayuno!” anuncie. “Orales, ya no hay tanta bilis.”
“¡Aguanta la digestión!” ordenó el cerebro. “El gordo tiene otra llamada, desde Dublin.”
“¡En la madre!” gemimos todos. La aguja del manómetro de la presión arterial se fue al rojo. Pare de emergencia el proceso. El culo cerro de emergencia pero no estaba seguro si ese coyón se iba a aguantar.
“¿Aguspig? ¿Estás bien?” Reconocimos la voz del chupacabras, jis masters vois.
“Estoy bien, señor presidente,” dijo el gordo nervioso.
“Oye, te quería agradecer que hayas ido a que te dieran esa putiza. Se bien que Jelipe no agradece ni madres porque esta jeton de borracho. Pero debes saber que se te aprecia.”
“Gracias patroncito.”
“¿Cómo va la aprobación de mi plan económico?”
“Trabaja, patroncito, don Beltrone y Pancho Rojas se encargaran de pasarla.”
“Ah, excelente.”
“Jijos, patroncito, usted perdone, pero es que estaba viendo los números. Sabe, Di Constanzo tiene algo de razón, digo, no mucho, pero algo, si.”
“Ten cuidado en lo que me vas a decir, Aguspig….”
La presión se volvió a disparar. “¡Calla al gordo, cerebro, o nos lleva a todos la chingada!” grité.
“¡Sí! ¡Nos va a mandar a Aburto!” gritó el culo. “¡Y el gordo presenta más blanco que Colosio!”
Pero el pendejo gordo no se calló. “Bueno, patroncito, respetuosamente, quería sugerirle, para su sabia consideración, que podríamos cobrarle algo al osito diabólico. Creo que ansina sería más fácil que pasara su plan económico, patroncito chulo, si le mostramos a la gente que hasta los patroncitos del CCE se tienen que mochar.”
Por unos segundos no se oyó nada. Nosotros si oíamos el retumbar del corazón en forma francamente alarmante.
“Mira, Aguspig, yo los tengo a ustedes ahí nomas para que sean la cabeza visible del gobierno, ¿entiendes? Es necesario que haya alguien a quien la plebe les pueda mentar la madre. ¡Pero con una chingada que no los tengo ahí para gobernar! ¡Carajos! ¡En algo concuerdo con Noroña y Di Constanzo! ¡Ustedes son una punta de pendejos! Pero por el momento, me es útil tenerlos ahí de pendejos, ¿entiendes? Voy a hacer como que no oí lo que me dijiste. Pero será la última vez que haga algo semejante. Y ahora, te dejo porque estoy seguro que vas a ir a cagar.”
El gordo gimió. Pero para entonces ya no era necesario que fuera al trono. El culo se abrió espontáneamente del puro susto. Las cochinitas pibil y el resto del desayuno, ahora sí que a medio digerir y bañado en bilis, ya saturaban sus piyamas.