Nueve años después de las históricas elecciones del 2000, el PRI es un testarudo y octogenario viejo que goza de vigor y fortaleza. La pérdida (formal) de la Presidencia indujo a un nuevo arreglo: el poder se trasladó a los estados. Emulando al feudalismo, los gobernadores priistas devinieron en sátrapas que controlan a la prensa y a la vida pública e institucional en sus entidades. La realidad es que la maquinaria priista nunca se fue: en 2008 gobernaba en mil 103 municipios, en los cuales viven más de 46 millones y medio de mexicanos. En lo que va del 2009, el PRI arrasó en las elecciones para diputados, ganó cinco de seis gubernaturas en disputa y el domingo pasado se impuso en Coahuila y Tabasco, casi borrando del mapa al PAN y al PRD.
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