MEXICO, DF, 4 de enero (apro).- Frente al capitalismo de amigos que ha concentrado la riqueza en una minoría insaciable que ha enviado al infierno de la miseria a más de la mitad de los mexicanos, cuyo más reciente peón es Felipe Calderón, México afronta este 2010 una encrucijada: La fatalidad o el cambio.
La disyuntiva va más allá de los procesos electorales que se desahogarán este año en la mitad de los estados de la República, no sólo porque ningún partido político --menos los de la derecha-- enarbola un programa de auténtica transformación, sino porque a la nación le urge una radical regeneración de su vida pública.
El riesgo de no reencauzar para bien el país no es sólo el “estallido social” del que todo el mundo habla como una posibilidad, pero nadie hace lo suficiente para evitarlo, sino una guerra civil que --como está demostrado en la historia-- es la peor de las confrontaciones por ser entre compatriotas.
Detrás del poder económico y político --el entramado de intereses que impuso y sostiene a Calderón-- está también el poderío militar, policiaco y mediático para la represión contra quienes tienen la convicción de que en México no sólo es necesario sino urgente un cambio auténtico que arranque de raíz tanta simulación.
Está más que claro: De Calderón y de la coalición de intereses que con él cumple medio siglo en el poder sólo pueden esperarse desgracias, como lo acredita la escalada de precios vigente por su vileza de aumentar el precio de los energéticos y sobre lo que ni siquiera tiene gallardía de asumir.
Frente a tal inquina, que tiene polarizada a la sociedad por la profunda desigualdad auspiciada por el capitalismo de amigos que instauró Carlos Salinas desde el sexenio de Miguel de la Madrid --una simbiosis de políticos-empresarios traficantes de influencias--, los mexicanos pueden optar por la desesperanza que adormece o las acciones que nacen de la indignación.
Leer mas...AQUI
La disyuntiva va más allá de los procesos electorales que se desahogarán este año en la mitad de los estados de la República, no sólo porque ningún partido político --menos los de la derecha-- enarbola un programa de auténtica transformación, sino porque a la nación le urge una radical regeneración de su vida pública.
El riesgo de no reencauzar para bien el país no es sólo el “estallido social” del que todo el mundo habla como una posibilidad, pero nadie hace lo suficiente para evitarlo, sino una guerra civil que --como está demostrado en la historia-- es la peor de las confrontaciones por ser entre compatriotas.
Detrás del poder económico y político --el entramado de intereses que impuso y sostiene a Calderón-- está también el poderío militar, policiaco y mediático para la represión contra quienes tienen la convicción de que en México no sólo es necesario sino urgente un cambio auténtico que arranque de raíz tanta simulación.
Está más que claro: De Calderón y de la coalición de intereses que con él cumple medio siglo en el poder sólo pueden esperarse desgracias, como lo acredita la escalada de precios vigente por su vileza de aumentar el precio de los energéticos y sobre lo que ni siquiera tiene gallardía de asumir.
Frente a tal inquina, que tiene polarizada a la sociedad por la profunda desigualdad auspiciada por el capitalismo de amigos que instauró Carlos Salinas desde el sexenio de Miguel de la Madrid --una simbiosis de políticos-empresarios traficantes de influencias--, los mexicanos pueden optar por la desesperanza que adormece o las acciones que nacen de la indignación.