El gran José imagina un regateo entre Abraham y El Señor sobre la destrucción de la pecaminosa Sodoma: “Que mi señor no se enfade si yo le pregunto una vez más, Habla, dijo el Señor. Supongamos que existen sólo diez personas inocentes(...) y el señor respondió: Tampoco la destruiré en atención a esos diez”.
Y luego entre Abraham y un iracundo Caín: “El señor empeñó su palabra, A mí no me lo ha parecido, y tan cierto como que me llamo Caín… que, existan o no inocentes, Sodoma será destruida”.
Esos son sólo dos fragmentos estrujantes de la más reciente novela de José Saramago que está siendo quemado en leña verde por las buenas conciencias, sobre todo cuando se atreve a preguntar: “Qué diablo de dios es este que, para enaltecer a Abel, desprecia a Caín”. |