A las madres de jóvenes caídos en Ciudad Juárez y Monterrey
La guerra, donde el orden natural de las cosas se altera y son los padres quienes entierran a los hijos, es siempre asunto de niños y jóvenes que matan y se matan por órdenes de viejos.
En ellos se ceba, de ellos se alimenta toda confrontación armada porque los jóvenes, que sienten aún poco aprecio por la vida, son los más arrojados y también —la guerra exige fibra— los más resistentes.
Los que no caen en combate con un arma en las manos, son víctimas inocentes; bajas colaterales se dice en el argot, de masacres y fuegos cruzados, mientras que a otros muchos, reclutados en la mayoría de los casos por la fuerza, la necesidad o la adicción, tanto matar los descompone, los envilece, los vuelve viejos de golpe.
Estas muertes prematuras; esta pérdida tan temprana de respeto a los valores esenciales, a la vida misma, mata, de alguna manera, la esperanza de generaciones enteras. México por desgracia no es la excepción.
Hay guerras en las que, sin embargo, ese vía crucis que en toda confrontación armada sufren los jóvenes, adquiere de alguna manera un sentido, incluso una dimensión heroica. No es ese nuestro caso.
El de los muchos jóvenes que caen diariamente en nuestro país —y más allá de las arengas patrióticas propias de los políticos que muy poco dicen a los padres— se vuelve lamentablemente un sacrificio sin redención alguna.
Jugar a la guerra; transformar el necesario y urgente combate al crimen organizado, una tarea estrictamente policial, en una guerra que comienza siendo sólo propaganda y se vuelve después realidad y que, como toda confrontación armada, se sale de madre, es, además de un error estratégico que compromete seriamente el futuro de la nación, un crimen de lesa humanidad.
Son nuestros jóvenes quienes pagan con sus vidas y, además, al ser criminalizados aun siendo víctimas inocentes con su prestigio, este rapto de megalomanía de un hombre, ayuno de legitimidad, urgido de prestigio, al que se le hizo fácil disfrazarse de general y sacar al Ejército a las calles. |