El Partido de la Revolución Democrática llegó ayer a los 21 años de su edad. La gran promesa que significó su fundación el 5 de mayo de 1989 ha quedado en gran medida frustrada. No ha fracasado por entero gracias al empeño de sus militantes de base. Si fuera por sus dirigentes, y si no fuera por la poderosa argamasa que es el dinero, el PRD habría ya desaparecido.
Sus principales dirigentes, sus líderes históricos, lo han abandonado y hasta combatido. De los seis presidentes elegidos antes de Jesús Ortega, sólo Amalia García, gobernadora de Zacatecas, mantiene actividad y liderazgo dentro del partido. Su fundador y figura axial Cuauhtémoc Cárdenas se mantiene a gran distancia del partido. De tanto en tanto aparece con el carácter profético (en el sentido bíblico) que le confirió su papel histórico. Enuncia algunos postulados que sería preciso poner en práctica para salvar al PRD pero no aporta ninguna contribución orgánica para que sus palabras se traduzcan en hechos. Porfirio Muñoz Ledo, que fue el segundo coordinador nacional elegido no pertenece siquiera al partido, y aunque sus posiciones no se alejan de la agrupación que contribuyó centralmente a construir, más de una vez ha enfrentado a quienes lo sucedieron en el mando, con ese ánimo pugnaz que lo caracteriza. Aun Roberto Robles Garnica, que fue coordinador interino entre los periodos de Cárdenas y Muñoz Ledo no sólo se fue del PRD sino que se reintegró al PRI. Andrés Manuel López Obrador condujo a su partido a sus momentos culminantes, como líder entre 1996 y 1999, cuando se gestó mediante la exitosa campaña electoral encabezada por el tabasqueño el primer gran grupo parlamentario perredista, y el partido inauguró su predominio electoral en la ciudad de México al alcanzar la jefatura de gobierno capitalino en la figura de Cárdenas. |