MÉXICO, D.F., 29 de junio.- En el antiguo derecho romano, recuerda Giorgio Agamben, existía una figura: el homo sacer (el hombre sagrado), cuyos crímenes el Estado no podía castigar, pero a quien cualquiera podía matar y quedar impune. Un ser que a la vez que estaba excluido de todos sus derechos civiles era sagrado en un sentido negativo.
La distinción, según Agamben, entre ese ser y el ciudadano, se encuentra en los dos conceptos que el mundo antiguo tenía para referirse a la vida: zoe (la vida tal cual es, la vivacidad vulnerable del vivir) y bios (la vida organizada, la vida política y protegida por el poder. Es curioso que cuando Jesús en el Evangelio de Juan dice “yo soy el camino, la verdad y la vida”, la palabra griega que usa el evangelista para vida sea zoe). El homo sacer es en este sentido un hombre amputado de su bios político y reducido a su pura zoe, a una vida desnuda como la de un animal, a un ser a quien nada ni nadie ya protege y, en consecuencia, puede ser destruido por cualquiera.
Leer mas...AQUI
La distinción, según Agamben, entre ese ser y el ciudadano, se encuentra en los dos conceptos que el mundo antiguo tenía para referirse a la vida: zoe (la vida tal cual es, la vivacidad vulnerable del vivir) y bios (la vida organizada, la vida política y protegida por el poder. Es curioso que cuando Jesús en el Evangelio de Juan dice “yo soy el camino, la verdad y la vida”, la palabra griega que usa el evangelista para vida sea zoe). El homo sacer es en este sentido un hombre amputado de su bios político y reducido a su pura zoe, a una vida desnuda como la de un animal, a un ser a quien nada ni nadie ya protege y, en consecuencia, puede ser destruido por cualquiera.