Fueron tales la cerrazón y los miedos de la mayoría de ministros de la Suprema Corte que, si viviésemos en tiempos de la Santa Inquisición– gustosos hubieran quemado al ministro Arturo Zaldívar en leña verde por su audacia en tratar de señalar “responsables” en el siniestro de la guardería ABC.
Pero vivimos otros tiempos –aunque no tan modernos como quisiéramos—que la mayoría del pleno se escondió tras legalismos y eufemismos para rechazar por ocho votos contra tres la propuesta del nuevo ministro del máximo tribunal.
-Hablar de funcionarios “vinculados”, “relacionados”, “implicados”, ¡es un eufemismo! ¡Son “responsables”!-, subrayaría y reiteraría una vez más el ministro Zaldívar al defender su proyecto ante sus inmutables colegas.
Ceñirnos a lo ya dicho en otras ocasiones sobre la facultad de investigación que nos otorga la Constitución, “no me parece”, alegaría; “en ésta vida nada está acabado; eso sí sería caer en un pecado de soberbia”.
Ser “consistentes”, agregaría, no quiere decir “congelarnos”. Hemos “acartonado” a tal grado esta atribución y ésta institución que en el caso Lydia cacho no pudimos hacer nada.
Sus compañeros se removían en sus asientos. Pocas veces habían escuchado de sus propios compañeros, y en público, señalamientos tan fuertes y directos a su actuación. Y Zaldívar no pararía ahí:
“Esta propuesta no se aleja mucho de lo que hemos hecho, es sólo no tener miedo a las palabras…, lo demás es eufemismo!”
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Pero vivimos otros tiempos –aunque no tan modernos como quisiéramos—que la mayoría del pleno se escondió tras legalismos y eufemismos para rechazar por ocho votos contra tres la propuesta del nuevo ministro del máximo tribunal.
-Hablar de funcionarios “vinculados”, “relacionados”, “implicados”, ¡es un eufemismo! ¡Son “responsables”!-, subrayaría y reiteraría una vez más el ministro Zaldívar al defender su proyecto ante sus inmutables colegas.
Ceñirnos a lo ya dicho en otras ocasiones sobre la facultad de investigación que nos otorga la Constitución, “no me parece”, alegaría; “en ésta vida nada está acabado; eso sí sería caer en un pecado de soberbia”.
Ser “consistentes”, agregaría, no quiere decir “congelarnos”. Hemos “acartonado” a tal grado esta atribución y ésta institución que en el caso Lydia cacho no pudimos hacer nada.
Sus compañeros se removían en sus asientos. Pocas veces habían escuchado de sus propios compañeros, y en público, señalamientos tan fuertes y directos a su actuación. Y Zaldívar no pararía ahí:
“Esta propuesta no se aleja mucho de lo que hemos hecho, es sólo no tener miedo a las palabras…, lo demás es eufemismo!”