domingo, 3 de junio de 2012

Pongamos que "son iguales", pero uno es fascista

El doctor Perogrullo nos enseña que todos pertenecemos a la especie humana. Pero ésta reúne tanto a Gengis Khan como a Francisco de Asís, a Torquemada y a Rousseau, a Hitler y a Marx. En una palabra, somos todos iguales en la pertenencia a la especie, pero hay algunos iguales bastante diferentes. Esto vale para las candidaturas presidenciales: no es lo mismo quien pertenece a un grupo que robó, torturó, masacró y violó estando en el gobierno, y que tiene lazos estrechos con el narcotráfico y la trata de blancas, que aquel que es un honesto reformista del sistema y a quien, cuando mucho, se le puede criticar por sus carencias políticas. Un candidato a émulo de Díaz Ordaz no es igual que un seguidor desleído de Lázaro Cárdenas (todos ellos, por supuesto, iguales en lo que respecta a la defensa del capitalismo mexicano). Existe una diferencia cualitativa que sólo un irresponsable puede despreciar entre una legalidad retaceada y una dictadura civil-militar abierta.

Ahora bien, si AMLO no ganase, México se dirigiría velozmente a ese régimen dictatorial, ya que los sectores gobernantes y sus mandantes estadunidenses no tienen el consenso necesario para gobernar con una fachada democrática ni un aparato estatal controlable, pues el mexicano es un semi Estado en descomposición acelerada. Por eso las bandas del narcotráfico, los gobernadores convertidos en señores locales y el entrelazamiento de las cúpulas de las fuerzas armadas por los delincuentes y el imperialismo, añadirían su lucha sangrienta a la necesidad de la oligarquía de ejercer una brutal violencia contra toda movilización reivindicativa o democrática. Un fascista en Los Pinos daría el tiro de gracia al sistema nacido con la Revolución mexicana, que se basó en un pacto tácito con obreros y campesinos a cambio de la pasividad política de ambos, y la independencia misma del país estaría en peligro.

Eso, y no otra cosa, es lo que México se juega en estas elecciones. Por supuesto, en las urnas no caben el dolor, las esperanzas ni los esfuerzos por un cambio social. Los papeles que hay que esperar las llenen sólo garantizan la legalidad y legitimidad de un candidato, lo cual no es poco, aunque sólo es el comienzo del comienzo, ya que la verdadera lucha empieza el 2 de julio. En efecto, si no hay organización y voluntad decidida de los trabajadores y oprimidos para imponer una nueva relación de fuerzas en el país, ni siquiera está asegurado que el aparato estatal reconozca el contenido de las urnas. Las elecciones sólo miden la temperatura política del país; es la sociedad organizada y en lucha la que debe convertir los papelitos impresos en fuerzas reales para que se empiece a imponer un cambio social.
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