martes, 18 de septiembre de 2012

El ritual disputado

Pedro Miguel

Los rituales, religiosos o laicos, tienen una importancia política capital. Sirven para representar, para aglutinar, para inducir sentimientos de pertenencia, participación y acatamiento de la autoridad. Permiten tomar el pulso a los protagonistas de la cosa pública. Son un termómetro de la jerarquía que se deja leer en función de las presencias, las ausencias, las cercanías y las distancias. Dan un rostro a las instancias del poder. Suelen ser marcas de diario y de calendario en la vida de la gente: para muchos los días de muertos, las jornadas electorales, las navidades y las fiestas patrias operan como organizadores de recuerdos.

Si lo anterior es cierto, no resultarán banales las manifestaciones de repudio al régimen realizadas el sábado 15 por la noche en el Zócalo capitalino y en otras plazas de la república y al día siguiente, el domingo 16, en el contexto de los desfiles patrios. Es cierto que en los seis años en que ha gobernado haiga sido como haiga sido, Felipe Calderón ha tenido que disputar palmo a palmo el protagonismo del Grito con los sectores sociales que en todo ese tiempo se negaron a reconocer su investidura presidencial en razón de la forma desaseada e irregular en la que se hizo con ella. Pero en las cinco ocasiones anteriores las modalidades de la protesta no habían logrado arruinarle la fiesta con la contundencia y la evidencia logradas este sábado: los apuntadores láser jugueteando en su cara; los gritos de ¡Asesino! ¡Asesino! (no hubo forma de que los medios oficialistas los eliminaran por completo en sus grabaciones de video) y ¡Fraude! ¡Fraude! desde la plancha del Zócalo; el calificativo que más podría molestar a Calderón, exhibido ante la tropa y el público de los desfiles del día posterior: narcopresidente. Ya casi ningún medio informativo, por fusionado que se encuentre con el régimen, puede ignorar tales expresiones ni lo que representan: el agravio social acumulado en un sexenio más de insensibilidad, corrupción, prepotencia, irresponsabilidad y sometimiento a poderes fácticos del país y del extranjero.

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