lunes, 17 de septiembre de 2012

No repitamos la historia

John M. Ackerman

El guión de 1988 se repite. Así como Carlos Salinas después de 1988 quiso borrar las huellas del fraude con la creación de organismos con autonomía simulada, como el Instituto Federal Electoral (IFE) y la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), hoy Enrique Peña Nieto también busca tender una cortina de humo con nuevos organismos autónomos en materia de transparencia y combate a la corrupción. Simultáneamente, Andrés Manuel López Obrador recurre a la estrategia que Cuauhtémoc Cárdenas utilizó al fundar el Partido de la Revolución Democrática (PRD), promoviendo un nuevo partido político como vehículo para articular el descontento social y disputar el poder político a la coalición gobernante.

Pero el México de 2012 ya no es el mismo de 1988. Lo que hace 24 años generó cierta legitimidad y esperanza hoy es recibido con escepticismo y desánimo. Durante los últimos cinco lustros hemos visto cómo tanto partidos políticos como órganos autónomos rápidamente pierden la brújula y son cooptados por intereses oscuros.

El IFE y el PRD tuvieron sus épocas de oro en el auspicio de las causas sociales más nobles. Por ejemplo, entre 1996 y 2003 la valentía de los cinco consejeros electorales del pentágono del IFE logró contrarrestar el inmovilismo burocrático promovido por los consejeros más cercanos al priísmo: José Woldenberg, Mauricio Merino y Jacqueline Peschard. Asimismo, todos recordamos la destacada participación de la fracción parlamentaria del PRD durante la histórica 57 Legislatura (1997-2000), la primera en la que el PRI no contaba con mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. En aquellos años, la izquierda encabezó una amplia alianza opositora al régimen del partido del Estado que transformó la negociación y aprobación del presupuesto federal, modernizó el Congreso de la Unión y mantuvo al Ejecutivo federal bajo estricta vigilancia externa.

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