Adolfo Sánchez Rebolledo
Hace unos días, Arturo
Alcalde explicó que la aprobación de la iniciativa de reforma laboral
que presentó el presidente Felipe Calderón significaría la muerte del
sindicalismo independiente en México. La razón es muy simple pues, según
sus palabras, se cancelarían
las dos pequeñas rendijas que tienen los trabajadores para tener un contrato colectivo propio: los emplazamientos a huelga por firma de contrato y el juicio de titularidad. En rigor, si durante años la ofensiva de la derecha liberal se concentró en la abolición de
los monopoliosen nombre de la libertad sindical, hoy está más claro que nunca que el verdadero objetivo de la iniciativa es la supresión de la resistencia de los trabajadores para favorecer un proyecto patronal, es decir, eliminar el espíritu de la ley legado por la Constitución para sustituirlo por otra normativa que, so pretexto de cancelar algunas fórmulas del viejo corporativismo, subordina a las organizaciones sindicales a bailar al son que les toquen los capitalistas. Eso es lo que está en juego.
Lejos de democratizarse, lo que se impuso en los tiempos recientes
fue la conversión de las organizaciones sociales en un aberrante
sindicalismo de protección, auspiciado por la autoridad correspondiente.
La degradación del sindicalismo dejó a los trabajadores indefensos
frente a la corrupción. Sólo unos cuantos sindicatos mantuvieron en alto
las banderas de la dignidad. Paradójicamente, mientras se pugnaba por
la democracia política, el sindicalismo se vio reducido a su mínima
expresión, como si su presencia fuera inútil. La propia izquierda hizo a
un lado la militancia sindical, como si la renovación tropezara con la
necesidad de la democracia.
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